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Musica para camaleones

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y otra antes de cenar, y yo con sesenta y nueve años. Pero era como si ella estuviese tan<br />

loca por mi polla como yo por su cono...»<br />

Ella arrojó su vodka a la chimenea, una rociada que hizo crecer y sisear las llamas;<br />

pero fue una protesta inútil: a míster Schmidt no podían hacérsele reproches.<br />

«Sí, señor, Ivory era todo cono. En todos los sentidos que quiera usted emplear la<br />

palabra. Pasó exactamente un mes desde el día que la conocí al día que me casé con<br />

ella. No cambió mucho, me daba bien de comer, siempre tenía interés en oír cosas de<br />

los judíos del club, y fui yo quien redujo la sexualidad, bastante, por la presión<br />

sanguínea y todo eso. Pero ella nunca se quejó. Recitábamos la Biblia juntos, y todas las<br />

noches ella leía revistas en voz alta, buenas revistas, como Reader's Digest y The<br />

Saturday Evening Post, hasta que me quedaba dormido. Siempre decía que esperaba<br />

morirse antes que yo, porque se le partiría el corazón y quedaría desam<strong>para</strong>da. Era<br />

cierto que no tenía mucho que dejarle. Ningún seguro, sólo algunos ahorros en el banco<br />

que convertí en una cuenta conjunta, además de poner el remolque a su nombre. No, no<br />

puedo decir que hubiera una mala palabra entre nosotros hasta que se peleó con Hulga.<br />

«Durante mucho tiempo no supe por qué se habían enfadado. Lo único que sabía<br />

era que ya no se hablaban más la una a la otra, y cuando le pregunté a Ivory lo que<br />

pasaba, me contestó: "Nada." Por lo que a ella concernía, no había tenido ningún<br />

distanciamiento con Hulga: "Pero ya sabes cómo bebe." Eso era verdad. Bueno, como le<br />

he dicho, Hulga era camarera del club, y un día irrumpió en la sala de masaje. Yo tenía<br />

un cliente encima de la mesa, y ahí estaba, despatarrado y con el culo al aire, pero a ella<br />

le importaba un bledo: olía como una fabrica de Four Roses. Apenas podía tenerse en<br />

pie. Me dijo que acababan de despedirla y, de pronto, empezó a blasfemar y a mearse.<br />

Se puso a chillarme mientras se meaba por todo el suelo. Dijo que todo el mundo del<br />

parque de remolques se burlaba de mí. Dijo que Ivory era una puta vieja. Que Ivory se<br />

había enganchado a mí porque estaba en la ruina y no encontraba nada mejor. Y me<br />

preguntó qué clase de necio era yo. ¿Es que no sabía que Freddy Feo se la estaba<br />

pasando por la piedra desde Dios sabía cuándo<br />

»Bueno, mire, Freddy Feo era un chico tejano-mejicano; acababa de salir de la<br />

cárcel, y el administrador del parque de remolques lo había sacado de algún bar de<br />

maricones de Cat City, poniéndolo a trabajar de mozo. No creo que fuera maricón del<br />

todo, porque entretenía por dinero a muchas solteronas de por allí. Una de ellas era<br />

Hulga. Estaba loca por él. Durante las noches de calor, él y Hulga solían sentarse a la<br />

puerta de su remolque, en su mecedora, y bebían tequila solo, sin preocuparse del<br />

limón, y él tocaba la guitarra y cantaba canciones latinas. Ivory me la describió como<br />

una guitarra verde que llevaba su nombre en letras de diamantes de imitación. Tengo<br />

que decir que el chicano sabía cantar. Pero Ivory siempre afirmaba que no podía<br />

soportarlo; decía que era un mejicano barato que le sacaría a Hulga hasta el último<br />

níquel que tuviera. Yo no recuerdo haber cruzado diez palabras con él, pero no me<br />

gustaba por la forma en que olía. Tengo una nariz de sabueso y podía olerlo a cien<br />

yardas de distancia: tal cantidad de brillantina llevaba en el pelo, y otra cosa que Ivory<br />

dijo que se llamaba Atardecer en París.<br />

«Ivory juró una y otra vez que no era verdad. ¿Ella ¿Dejar ella que un mico tejanomejicano<br />

como Freddy le pusiera un dedo encima Explicó que Hulga estaba furiosa y<br />

celosa porque ese chico la había dejado pelada y creía que se estaba jodiendo a todo<br />

bicho viviente entre Cat City e Indio. Afirmó que yo la había ofendido prestando oídos<br />

a tales mentiras, aun cuando Hulga era más digna de lástima que de insultos. Y se quitó<br />

el anillo de boda que yo le había dado —perteneció a mi primera mujer, pero ella dijo<br />

que no importaba, porque sabía que yo había amado a Hedda y que eso le añadía<br />

valor—, y me lo tendió diciendo que si no la creía, que ahí tenía el anillo y que cogería

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