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apetito. Tras acabar la primera ración y echarnos dos porritos más,<br />
Mary vuelve a llenar los cuencos con raciones aún más grandes.)<br />
MARY: ¿Qué tal se encuentra<br />
TC: ME encuentro bien.<br />
MARY: ¿Cómo de bien<br />
TC: Realmente bien.<br />
MARY: Dígame exactamente cómo se siente.<br />
TC: Estoy en Australia.<br />
MARY: ¿Ha estado alguna vez en Austria<br />
TC: En Austria, no. En Australia. No, pero allí es donde estoy ahora. Y todo el<br />
mundo dice siempre que es un sitio muy aburrido. ¡Eso demuestra lo que saben! El<br />
mejor surfing del mundo. Estoy en el océano, sobre una tabla de surf, cabalgando sobre<br />
una ola tan alta, como... tan alta como...<br />
MARY: Tan alta como usted. ¡Ja, ja!<br />
TC: Está hecha de esmeraldas fundidas. La ola. El sol me calienta la espalda y la<br />
espuma me salta a la cara y me rodean tiburones hambrientos. Aguas azules, muerte<br />
blanca. Qué película tan terrorífica, ¿verdad Hambrientos y blancos devoradores de<br />
hombres por doquier, pero no me inquietan; francamente, me importan tres cojones...<br />
MARY (con ojos desorbitados de miedo): ¡Cuidado con los tiburones! Tienen<br />
dientes asesinos. Puede quedarse <strong>para</strong>lítico de por vida. Y mendigará por las esquinas<br />
de las calles.<br />
TC: ¡Música!<br />
MARY: ¡Música! Eso es lo que se necesita.<br />
(Como un luchador atontado, avanza tambaleándose hacia un objeto<br />
en forma de gárgola que hasta entonces había escapado,<br />
afortunadamente, a mi atención: una consola de caoba que combina<br />
televisión, tocadiscos y radio. Sintoniza la radio hasta encontrar una<br />
emisora donde hay una música retumbante con ritmo latino.<br />
Sus caderas evolucionan, sus dedos chasquean, se abandona<br />
elegante pero suavemente, como si recordara una sensual noche de<br />
juventud y bailara con una pareja fantasma alguna coreografía<br />
memorable. Y es cosa de magia cómo responde su cuerpo, ahora sin<br />
edad, a los tambores y guitarras, cómo da vueltas al ritmo más sutil:<br />
está en trance, en el estado de gracia que supuestamente alcanzan los<br />
santos cuando experimentan visiones. Y yo también oigo la música;<br />
corre velozmente por mi cuerpo, como anfetamina, cada nota<br />
resonando con la se<strong>para</strong>da nitidez de las campanas de una catedral en<br />
un silencioso domingo de invierno. Me acerco a ella, voy a sus brazos<br />
y nos conjuntamos paso a paso el uno al otro, riendo, vibrando, y aun<br />
cuando la música se interrumpe por un locutor que habla español tan<br />
rápido como el cascabeleo de las castañuelas, seguimos bailando,<br />
porque las guitarras están ahora encerradas en nuestras cabezas, igual<br />
que nosotros somos prisioneros de nuestro abrazo, de nuestras<br />
carcajadas, cada vez más altas, tan altas que no re<strong>para</strong>mos en una llave<br />
que chasca, en una puerta que se abre y luego se cierra. Pero el loro lo<br />
oye.)<br />
POLLY: ¡Vaca sagrada!<br />
VOZ DE MUJER: ¿Qué es esto ¿Qué ocurre aquí