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(Me resulta difícil rodearla con los brazos, porque ella pesa el doble;<br />
más del doble. La conozco desde hace cuarenta años, desde que vivía<br />
solo en aquel sombrío domicilio de Royal Street y solía frecuentar un<br />
estridente bar del puerto del que era dueña, y aún lo es. Si hubiera<br />
tenido los ojos rosados, uno podría llamarla albina, porque su piel es<br />
tan blanca como las azucenas; igual que su pelo rizado y escaso. Una<br />
vez me dijo que el pelo se le había vuelto blanco de la noche a la<br />
mañana, antes de cumplir dieciséis años, y cuando yo le pregunté:<br />
«¿En una noche», ella contestó: «Fue por un viaje en la montaña<br />
rusa y por la picha de Ed Jenkins. Las dos cosas vinieron una detrás de<br />
otra. Mira, una noche montamos en una montaña rusa del lago;<br />
íbamos en el último coche. Pues se desenganchó, salió dis<strong>para</strong>do y<br />
casi descarrilamos, y a la mañana siguiente mi pelo tenía mechones<br />
grises. Cosa de una semana después, tuve esa experiencia con Ed<br />
Jenkins, un chico que yo conocía. Una de mis amigas me dijo que su<br />
hermano le había contado que Ed Jenkins tenía la picha más grande<br />
que nadie hubiera visto jamás. Era un tipo guapo, pero huesudo, no<br />
mucho más alto que tú, y yo no me lo creía, de modo que un día, <strong>para</strong><br />
gastarle una broma, le dije: «Ed Jenkins, he oído que tienes una picha<br />
enorme», y él contestó: «Sí, te la voy a enseñar», y lo hizo, y yo me<br />
puse a gritar; él dijo: «Y ahora te la voy a meter», y yo dije: «¡Oh, no,<br />
no vas a hacerlo!» Era tan grande como el brazo de un niño<br />
sosteniendo una manzana. ¡Santo Dios! Pero lo hizo. Me la metió<br />
hasta dentro. Después de un horrible forcejeo. Y yo era virgen. Poco<br />
más o menos. Casi. Así que puedes figurarte. Bueno, no fue mucho<br />
después de eso cuando el pelo se me volvió blanco como el de una<br />
bruja.»<br />
B. J. J. se viste al estilo de un estibador: mono, camisa azul de<br />
hombre remangada hasta el codo, botas de obrero hasta el tobillo con<br />
cordones, y nada de maquillaje que mitigue su palidez. Pero es<br />
femenina, una persona digna, a pesar de todas sus maneras prosaicas.<br />
Y lleva perfumes caros, aromas parisienses comprados en la Maison<br />
Blanc de Canal Street. Además, tiene una espléndida sonrisa de<br />
dientes de oro; es como una alentadora salida del sol después de un<br />
chaparrón. Seguramente le gustaría a usted; le gusta a la mayor parte<br />
de la gente. Sobre todo a aquellos que no son propietarios de los bares<br />
rivales del puerto, porque el de Big Junebug es un local popular,<br />
aunque poco conocido en las partes retiradas del puerto y en la zona<br />
de residentes extranjeros. Comprende tres salas: la propia del bar, con<br />
su mastodóntica barra con superficie de cinc, una segunda estancia<br />
amueblada con tres mesas de billar constantemente ocupadas, y un<br />
salón de baile con tocadiscos de monedas. Está abierto las veinticuatro<br />
horas del día y tan lleno al alba como al anochecer. Por supuesto, allí<br />
acuden marineros y trabajadores del puerto, y los granjeros que de los<br />
condados fronterizos llevan en camiones sus productos al Mercado<br />
Francés, policías y bomberos y jugadores de mirada pétrea y<br />
prostitutas de mirada aún más dura, y cerca del amanecer el local<br />
rebosa de animadores de los señuelos <strong>para</strong> turistas de Bourbon Street.<br />
Bailarinas, desnudistas, reinas del transvestido, camareras de club,<br />
camareros, taberneros y esos porteros de ronca voz que se toman tanto