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—Les voy a contar una cosa. He visto a caníbales asar a hombres negros y blancos<br />
en una parrilla (exactamente igual que ustedes asan un cerdo) y comerse hasta el último<br />
bocado, dedos de los pies, sesos, orejas y todo. Uno de aquellos caníbales me dijo que la<br />
mejor comida era un asado de niño recién nacido; afirmó que sabía igual que el cordero<br />
lechal. Supongo que la razón por la cual no me comieron a mí, es porque no tengo<br />
bastante carne sobre los huesos. He visto a hombres colgados por los tobillos hasta que<br />
la sangre les salía a borbollones por las orejas. Una vez me mordió una cobra verde<br />
sudafricana, la serpiente más mortal de la tierra. Me entraron muchas náuseas por el<br />
acceso, pero no me morí, así que los negros creyeron que era un dios y me regalaron un<br />
abrigo hecho con pieles de leopardo.<br />
Después de que el predicador glotón se marchara, Mary Ida se sintió mareada;<br />
estaba segura de que tendría pesadillas durante un mes. Pero su marido, animándola, le<br />
dijo:<br />
—Vamos, cariño; no te habrás creído nada de esa faramalla. Ese hombre es tan<br />
misionero como yo. No es más que un pagano mentiroso.<br />
En otra ocasión, invitamos a un recluso que se había fugado de una cuerda de presos<br />
del Penal del estado de Alabama, en Atmore. Desde luego no sabíamos que era un tipo<br />
peligroso que cumplía cadena perpetua por incontables robos a mano armada.<br />
Simplemente se presentó ante nuestra puerta y le dijo a Mary Ida que estaba hambriento<br />
y que si podía darle algo de comer.<br />
—Pues, señor —dijo ella—, ha venido usted al sitio indicado. En este momento<br />
estoy poniendo la comida en la mesa.<br />
De algún modo, acaso allanando un tendedero de ropa, había cambiado sus franjas<br />
de presidiario por un mono y una gastada camisa azul de trabajo. Pensé que era<br />
agradable, todos nosotros lo creímos; tenía una flor tatuada en la muñeca, la mirada<br />
atenta y la voz suave. Dijo que se llamaba Bancroft (lo que resultó ser su verdadero<br />
nombre). Mi tío Jennings le preguntó:<br />
—¿En qué trabaja usted, míster Bancroft<br />
—Pues —contesto despacio— precisamente estoy buscando algo. Como todo el<br />
mundo. Soy bastante habilidoso. Puedo hacer casi cualquier cosa. ¿No tendría usted<br />
algo <strong>para</strong> mí<br />
Jennings dijo:<br />
—Me vendría muy bien contratar a un jornalero. Pero no podría pagarle.<br />
—Yo trabajo por casi nada.<br />
—Sí —dijo Jennings—. Pero eso es lo que yo tendría: nada.<br />
De improviso, pues era un tema al que raramente se aludía en aquella casa, el<br />
crimen salió en la conversación. Mary Ida se lamentó:<br />
—Pretty Boy Floyd. Y ese tal Dillinger. Recorren el país matando gente. Robando<br />
bancos.<br />
—Pues no sé —dijo míster Bancroft—. Los bancos no me caen simpáticos. Y<br />
Dillinger es muy listo, hay que reconocérselo. En cierto modo me da risa la forma en<br />
que atraca bancos y se escapa.<br />
Y, efectivamente, se echó a reír, mostrando dientes manchados de tabaco.<br />
—Vaya —replicó Mary Ida—, me sorprende un poco oírle decir eso, míster<br />
Bancroft.<br />
Dos días después, Jennings fue al pueblo en el carro y volvió con un keg de clavos 3 ,<br />
un saco de harina y un ejemplar del Mobile Register. En primera página, había un<br />
retrato de míster Bancroft, Bancroft Dos Cañones, como era familiarmente conocido<br />
por las autoridades. Lo habían capturado en Evergreen, a treinta millas de distancia.<br />
3 Medida de peso <strong>para</strong> clavos (EE. UU.): 45,36 kg. (N. del T.)