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Musica para camaleones

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—El mes pasado, hace veintiséis días, mi hermana le subió el desayuno a míster<br />

Jones, como de costumbre. No estaba. Todas sus pertenencias seguían allí. Pero él se<br />

había marchado.<br />

—Qué raro...<br />

—...que un hombre totalmente ciego, un inválido <strong>para</strong>lítico...<br />

Diez años pasan.<br />

Ahora es una tarde de diciembre, con un frío de cero grados, y estoy en Moscú.<br />

Viajo en un vagón del metro. Sólo hay otros pocos pasajeros. Uno de ellos es un<br />

hombre sentado frente a mí, que lleva botas, un abrigo grueso y largo y un gorro de piel<br />

de estilo ruso. Tiene ojos brillantes y azules, como de pavo real.<br />

Tras un momento de duda, lo miro embobado porque aun sin las gafas oscuras, no<br />

hay equivocación sobre aquel rostro distinguido y descarnado, con sus pómulos<br />

salientes y el lunar rojo en forma de estrella.<br />

Me dispongo a cruzar el pasillo y hablarle cuando el tren llega a una estación, y<br />

míster Jones, sobre un par de espléndidas y robustas piernas, se levanta y sale del<br />

vagón. Rápidamente, la puerta se cierra tras él.

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