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compartimiento, que nunca abandonábamos excepto <strong>para</strong> renovar nuestra provisión de<br />
vino y vodka. El cuarto daba vueltas. Paraba. Daba vueltas. Bajé de la cama. Mi<br />
cerebro, una colección de vidrios rotos, tintineó dolorosamente dentro de mi cabeza.<br />
Podía ponerme de pie, sin embargo. Y caminar. Hasta recordaba dónde estaba: en el<br />
hotel Hilton, en Estambul. Cautelosamente, me dirigí a un balcón que daba al Bósforo.<br />
Gianni Paoli tomaba el sol, desayunaba y leía el Herald Tribune, edición parisiense.<br />
Parpadeando, miré la fecha del diario. Era el primero de septiembre. ¿Por qué la fecha<br />
me causaba una sensación tan desagradable Náuseas. Culpa. Remordimiento. Por Dios,<br />
¡me había perdido la boda! Gianni no comprendía por qué estaba tan perturbado (los<br />
italianos siempre están perturbados, pero no entienden por qué pueden estarlo otras<br />
personas). Sirvió vodka en su jugo de naranja, me lo ofreció, y me dijo que bebiera, que<br />
me emborrachara. "Primero envía un telegrama". Seguí su consejo, las dos partes. El<br />
telegrama decía: Demorado inevitablemente pero les deseo muchas felicidades en este<br />
día maravilloso. Más tarde, cuando el descanso y la abstinencia volvieron firme mi<br />
mano, les escribí una carta breve. No mentí, simplemente no les expliqué por qué había<br />
sido "inevitablemente demorado". Dije que volvía a Nueva York en unos días y que los<br />
llamaría por teléfono tan pronto regresaran de su luna de miel. Dirigí la carta al<br />
matrimonio Pepper y al dejarla en la recepción <strong>para</strong> que la despacharan me sentí<br />
aliviado, exonerado. Pensé en Addie, con una flor en el pelo, en Addie y Jake caminado<br />
al atardecer por una playa en Waikiki, con el mar junto a ellos bajo las estrellas. Me<br />
pregunté si Addie sería demasiado grande <strong>para</strong> tener hijos.<br />
Pero no volvía casa. Sucedieron cosas. Encontré a un viejo amigo en Estambul. Un<br />
arqueólogo que estaba trabajando en una excavación en la costa de Anatolia, al sur de<br />
Turquía. Me invitó a que fuera con él, dijo que Anatolia me gustaría, y tenía razón, me<br />
gustó. Nadaba todos los días, aprendí a bailar bailes folklóricos de Turquía, bebí ouzo y<br />
bailé al aire libre todas las noches en el bar local. Me quedé dos semanas. Luego fui por<br />
barco a Atenas, y de allí volé a Londres, donde me hice hacer un traje a medida. Era<br />
octubre, casi otoño, cuando recién abrí la puerta de mi departamento de Nueva York.<br />
Un amigo, que durante mi ausencia iba a regar las plantas, había colocado la<br />
correspondencia en ordenadas pilas sobre la mesa de la biblioteca. Había algunos<br />
telegramas, que examiné antes de quitarme el abrigo. Abrí uno: era una invitación a una<br />
fiesta de Noche de Brujas. Abrí otro: llevaba la firma de Jake: Llámeme urgentemente.<br />
Estaba fechado agosto 29. Hacía seis semanas. Rápidamente, sin permitirme creer que<br />
lo que pensaba fuera verdad, encontré el número de Addie y disqué. No me<br />
respondieron. Luego hice una llamada, persona a persona, al motel Prairie: No Mr.<br />
Pepper no se alojaba allí en ese momento. Sí, la operadora creía que era posible<br />
comunicarse con él a través del Departamento de Investigaciones del Estado. Llamé. Un<br />
hombre —un hijo de puta intratable— me informó que el detective Pepper estaba de<br />
licencia, y no, no podía decirme por donde andaba ("Es contrario a los reglamentos").<br />
Cuando le di mi nombre y le dije que llamaba desde Nueva York contestó ah, sí, y<br />
cuando le pedí por favor que me escuchara, porque es muy importante, el hijo de perra<br />
colgó.<br />
Necesitaba orinar, pero la urgencia, insistente durante todo el viaje desde el<br />
aeropuerto Kennedy, desapareció cuando miré las cartas apiladas sobre la mesa de la<br />
biblioteca. La intuición me llevó a ellas. Revisé las pilas con la velocidad profesional de<br />
un clasificador de correspondencia, buscando la letra de Jake. La encontré. El sobre<br />
llevaba el matasello setiembre 10, pertenecía al Departamento de Investigaciones y<br />
provenía de la capital del Estado. Era una carta breve, pero la letra, firme y masculina,<br />
disfrazaba la angustia de su autor: