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Musica para camaleones

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enteramente ordenado, pero sí medianamente respetable. Con un lápiz<br />

garabatea una nota y la sujeta contra el espejo de la cómoda: «Querido<br />

míster Trask, su mujer quiere que la llame a casa de su hermana<br />

sinceramente Mary Sánchez.» Luego suspira, se sienta en el borde de<br />

la cama y de su bolso de mano saca una cajita de hojalata que contiene<br />

un surtido de canutos de marihuana; selecciona uno, lo encaja en una<br />

boquilla y lo enciende, inhalando profundamente, reteniendo el humo<br />

en los pulmones y cerrando los ojos. Me ofrece uno.)<br />

TC: Gracias. Es demasiado pronto.<br />

MARY: Nunca es demasiado pronto. De todos modos, tiene que probar este<br />

material. Mucho cojones 5 . Me lo regaló una clienta, una señora realmente católica; está<br />

casada con un tipo del Perú. Se lo manda su familia. Directamente por correo. Nunca lo<br />

utilizo <strong>para</strong> colocarme. Sólo lo suficiente como <strong>para</strong> levantar un poco el ánimo. Esa<br />

pesadez. (Da chupadas al petardo hasta que casi le quema los labios) Andrew Trask.<br />

Pobre diablo asustado. Podría terminar como Pedro. Muerto en el banco de un parque,<br />

sin nadie a quien le importe. No es que a mí no me importara aquel hombre.<br />

Últimamente me sorprendo recordando los buenos tiempos que pasé con Pedro, y<br />

supongo que eso es lo que le pasará a la mayoría de las personas que hayan amado<br />

alguna vez a alguien y lo hayan perdido; se borra lo malo y uno piensa en las buenas<br />

cosas que tenían, en lo que te gustaba de ellos al principio. Pedro, el joven de quien me<br />

enamoré, bailaba divinamente, ¡oh!, sabía el tango, sabía la rumba, me enseñó los<br />

movimientos y me hacía bailar hasta caerme. Éramos habituales del salón de baile del<br />

Savoy. Iba arreglado y era limpio; incluso cuando le dio por la bebida siempre llevaba<br />

las uñas cortadas y arregladas. Y sabía cocinar cualquier cosa. Así se ganaba la vida,<br />

como cocinero de platos rápidos. He dicho que nunca hizo nada bueno por los chicos;<br />

pero les pre<strong>para</strong>ba las cestas de comida que llevaban al colegio. Toda clase de<br />

bocadillos envueltos en papel encerado. Jamón, manteca de cacao y gelatina, huevos en<br />

ensalada, bonito, y fruta, manzanas, plátanos, peras, y un termo de leche caliente<br />

mezclada con miel. Resulta doloroso imaginárselo ahí, en el parque, y pensar que no<br />

lloré cuando la policía se presentó a decírmelo; que nunca lloré. Debería haberlo hecho.<br />

Se lo debía. También le debía un puñetazo en la mandíbula.<br />

Voy a dejarle las luces encendidas a míster Trask. No tiene sentido que vuelva a<br />

casa y se encuentre con una habitación a oscuras.<br />

(Cuando salimos del edificio, la lluvia había cesado, pero el cielo<br />

estaba revuelto y se había levantado un viento que lanzaba basura a las<br />

alcantarillas y causaba que los viandantes se calaran el sombrero.<br />

Nuestro destino estaba a cuatro manzanas; un modesto pero moderno<br />

edificio de pisos con un portero uniformado, domicilio de miss Edith<br />

Shaw, una joven de unos veinticinco años que formaba parte de la<br />

plantilla de redacción de una revista. «Una especie de revista de<br />

actualidad. Debe tener cerca de mil libros. Pero no tiene aspecto de<br />

ratón de biblioteca. Es una chica muy maja, y tiene muchos novios.<br />

Demasiados; sencillamente, parece que no puede quedarse mucho<br />

tiempo con mi solo tipo. Somos amigas porque... Una vez llegué a su<br />

casa y estaba muy enferma. Acababa de abortar. Normalmente, no<br />

tolero eso; va contra mis creencias. Le pregunté que por qué no se<br />

había casado con aquel hombre La verdad era que ella no sabía con<br />

5 Sic en el original (N. del T.)

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