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Musica para camaleones

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eunión evangélica del reverendo, yo sólo imaginaba el suceso conmovedor de ver a un<br />

santo del Cielo que ayudaba a que los ciegos vieran y que los tullidos caminaran. Pero<br />

empecé a intranquilizarme cuando me di cuenta de que nos dirigíamos al río. Cuando<br />

llegamos vi a cientos de personas reunidas a la orilla. Eran campesinos, patanes que<br />

bailaban y daban alaridos. Vacilé. Lucy se puso furiosa, y me arrastró hacia la sudorosa<br />

muchedumbre. Campanillas y cascabeles, cuerpos haciendo cabriolas. Podía oír una voz<br />

que entonaba salmos. Lucy también se unió a los cantos, gimiendo, sacudiéndose.<br />

Mágicamente un extraño me subió a su hombro y logré ver al hombre de la voz<br />

dominante. Estaba metido en el río, vestía una túnica blanca y el agua le llegaba a la<br />

cintura. Tenía el pelo gris y blanco, una masa enmarañada y empapada y sus largas<br />

manos, extendidas hacia el cielo, imploraban al húmedo sol del mediodía. Traté de ver<br />

su cara, pues sabía que debía ser el reverendo Bobby Joe Snow, pero antes de lograrlo,<br />

mi benefactor me volvió a depositar en medio de la asquerosa mezcolanza de pies<br />

extáticos, ondulantes brazos y temblorosas panderetas. Supliqué volver a casa, pero<br />

Lucy borracha de gloria, no me soltaba. El sol quemaba. Sentí el vómito en la garganta.<br />

Pero no devolví. Empecé a chillar, a dar puñetazos y alaridos. Lucy me arrastraba en<br />

dirección al río, y la multitud se abría <strong>para</strong> hacernos paso. Luché hasta llegar a la orilla<br />

del río, luego me detuve, silenciado por la escena. El hombre de la túnica blanca, <strong>para</strong>do<br />

en el río, sostenía a una niña reclinada. Recitó las Escrituras antes de sumergirla<br />

rápidamente bajo el agua, y luego la sacó. Llorando, gritando, se dirigió, a los<br />

tropezones, hacia la orilla. Ahora los brazos de simio del reverendo se extendieron hacia<br />

mí. Mordí a Lucy en la mano, y me libré de su control, pero un muchachón me agarró y<br />

me arrastró al agua. Cerré los ojos. Podía oler el pelo, sentir los brazos del reverendo<br />

que me impulsaban hacia abajo, hacia la negrura sofocante y luego, horas después, me<br />

alzaban hacia la luz solar. Abrí los ojos y los fijé en los de él, grises, maníacos. Acercó<br />

la cara ancha y delgada, y me besó en los labios. Oí una risa fuerte, una erupción como<br />

dinamita: "¡Jaque mate!".<br />

QUINN: ¡Jaque mate!<br />

JAKE: Diablos, Bob. Lo hizo por cortesía. Dejó que usted ganara.<br />

(El beso se esfumó. El rostro del reverendo, retrocediendo, fue reemplazado por un<br />

rostro virtualmente idéntico. De modo que había sido en Alabama, cincuenta años atrás,<br />

donde había visto por primera vez a Mr. Quinn, o por lo menos a su contraparte: Bobby<br />

Joe Snow, evangelista.)<br />

QUINN: ¿Qué le parece, Jake ¿Listo <strong>para</strong> perder otro dólar<br />

JAKE: Esta noche no. Salimos en auto <strong>para</strong> Denver mañana. Mi amigo tiene que<br />

tomar el avión.<br />

QUINN (a mí): Eh, qué visita más corta. Vuelva pronto. Venga en verano y lo<br />

llevaré a pescar truchas. Aunque ya no es igual que antes. Antes podía estar seguro de<br />

pescar una trucha arco iris de tres kilos no bien tiraba la línea. Antes de que arruinaran<br />

mi río.<br />

(Nos fuimos sin despedirnos de Juanita Quinn. Estaba profundamente dormida,<br />

roncando. Quinn nos acompañó hasta el auto. "¡Manejen con cuidado!", nos advirtió,<br />

mientras nos decía adiós con la mano y esperaba a que desaparecieran las luces traseras<br />

de nuestro auto.)<br />

JAKE: Bueno, me enteré de una cosa, gracias a usted. Ahora sé que él mismo saca<br />

las fotos.<br />

TC: ¿Por qué no quiso que Addie me dijera cómo era<br />

JAKE: Podría haber influenciado su primera impresión. Quería que lo viera sin<br />

prejuicios y me dijera qué veía.<br />

TC: Vi aun hombre que había visto antes.

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