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Musica para camaleones

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sangrantes. «Esto saca el veneno», dijo ella, y la carne de los pollos, en efecto, se volvió<br />

verde. Durante todo el camino a casa, mis primos fueron matando pollos y<br />

poniéndomelos en la herida. Una vez en casa, mi familia telefoneó a un hospital de<br />

Montgomery, a cien millas de distancia, y cinco horas después llegó un médico con un<br />

suero <strong>para</strong> serpientes. Me convertí en un niño enfermo, y lo único bueno de todo ello<br />

fue que falté dos meses a la escuela.<br />

Una vez, en viaje hacia Japón, pasé una noche en Hawai con Doris Duke en el<br />

extraordinario palacio, un tanto persa, que ella había construido en una colina de la<br />

Cabeza del Diablo. Apenas había amanecido cuando me desperté y decidí salir de<br />

exploración. La habitación en que había dormido tenía balcones que daban a un jardín<br />

que dominaba el océano. Quizá llevase medio minuto paseando por el jardín cuando,<br />

como por arte de magia, apareció una terrorífica jauría de dobermans; me rodearon,<br />

dejándome cautivo en el círculo de ladridos que formaron. Nadie me había advertido de<br />

que todas las noches, después de que miss Duke y sus invitados se retiraban, esa jauría<br />

de caninos homicidas quedaba suelta <strong>para</strong> disuadir, y posiblemente castigar, a intrusos<br />

inoportunos.<br />

Los perros no intentaron tocarme; nada más se quedaron ahí, mirándome fríamente<br />

y temblando de rabia contenida. Yo tenía miedo de respirar; notaba que si movía una<br />

pizca el pie, aquellas bestias se abalanzarían hacia adelante <strong>para</strong> destrozarme. Me<br />

temblaban las manos; y también las piernas. Tenía el pelo tan empapado como si<br />

acabara de salir del océano. No hay nada tan agotador como quedarse absolutamente<br />

quieto, pero lo logré durante más de una hora. El rescate llegó en la forma de un<br />

jardinero, quien al ver lo que pasaba, se limitó a silbar y a dar palmadas, y todos<br />

aquellos perros diabólicos se precipitaron a saludarlo amistosamente meneando la cola.<br />

Esos son casos de terror concreto. Sin embargo, nuestros miedos reales son el rumor<br />

de pasos caminando en los corredores de nuestra mente, y las angustias, los fantasmas<br />

flotantes que crean.<br />

P: Díganos algunas cosas que sepa hacer.<br />

R: Sé patinar sobre hielo. Sé esquiar. Puedo leer al revés. Sé montar en un patín de<br />

tabla. Puedo dar a una lata lanzada al aire con un revólver del 38. He conducido un<br />

Maserati (al amanecer, en una carretera llana y solitaria de Tejas) a 170 millas por hora.<br />

Sé hacer un soufflé Furstenberg (es todo un malabarismo: una mezcla de queso y<br />

espinacas que requiere introducir seis huevos escalfados en la pasta antes de meterlo al<br />

horno; el truco consiste en que las yemas de los huevos queden suaves y líquidas al<br />

servir el soufflé). Sé bailar zapateado. Puedo mecanografiar sesenta palabras al minuto.<br />

P: ¿Y algunas de las cosas que no sabe hacer<br />

R: No sé recitar el alfabeto, cuando menos no correctamente ni todo seguido (ni<br />

siquiera bajo hipnosis; un obstáculo que ha fascinado a varios psicoterapeutas). Soy un<br />

imbécil <strong>para</strong> las matemáticas; sé sumar, más o menos, pero no sé restar, y por tres veces<br />

me suspendieron en álgebra de primer año, aun con la ayuda de un profesor particular.<br />

Puedo leer sin gafas, pero no puedo conducir sin ellas. No sé hablar italiano, aun cuando<br />

he vivido en Italia un total de nueve años. No puedo pronunciar un discurso pre<strong>para</strong>do:<br />

tiene que ser espontáneo, «al vuelo».<br />

P: ¿Tiene usted algún «lema»<br />

R: Algo parecido. Lo apunté en un diario de colegial: Yo anhelo. No sé por qué<br />

escogí esas palabras en particular; son extrañas, y me gusta la ambigüedad: ¿anhelo el<br />

cielo o el infierno Sea lo que fuere, poseen un innegable timbre de nobleza.<br />

El invierno pasado estaba paseándome por un cementerio de la costa cerca de<br />

Mendocino; era de un pueblo de Nueva Inglaterra en la punta norte de California, un<br />

sitio escarpado donde el agua está demasiado fría <strong>para</strong> bañarse y por donde las ballenas

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