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enviar a varios criadores compradores. Pensé que yo podía hacerlo tan bien como ellos,<br />
y ahorrar algún dinero de paso. (Los dedos de Jake volvieron a alentarme.)<br />
TC: ¿Saca muchos retratos<br />
QUINN: ¿Retratos<br />
TC: De gente.<br />
QUINN (con burla): Yo no los llamaría retratos. Instantáneas, tal vez. Aparte del<br />
ganado, saco fotos de la naturaleza. Paisajes. Tormentas eléctricas. Las estaciones aquí<br />
en la estancia. El trigo cuando está verde y cuando está dorado. Mi río. Tengo hermosas<br />
fotos de mi río al desbordar. (El río. Me puse tenso al oír que Jake se aclaraba la<br />
garganta, como si fuera a hablar; en vez de eso, me hundió los dedos con más firmeza.<br />
Jugué un peón, <strong>para</strong> hacer tiempo.)<br />
TC: Debe sacar muchas fotos en colores, entonces.<br />
QUINN (asintiendo): Por eso yo mismo las revelo. Cuando se manda la película a los<br />
laboratorios, nunca se sabe qué le devolverán.<br />
TC: Oh, ¿tiene cuarto oscuro<br />
QUINN: Si quiere llamarlo así. Nada extravagante. (Jake volvió a hacer sonar la<br />
garganta, esta vez con intención.)<br />
JAKE: ¿Bob ¿Recuerda esas fotos de que le hablé Las dos de los féretros. Fueron<br />
hechas con una cámara de acción rápida.<br />
QUINN: (silencio)<br />
JAKE: Una Leica.<br />
QUINN: Bueno, no era mía. Yo perdí mi vieja Leica en la espesura del África. Me la<br />
habrá robado algún negro. (Mirando fijamente el tablero, con una expresión de divertida<br />
consternación en el rostro.) ¡Cómo, sinvergüenza! Maldita sea su estampa. Fíjese, Jake.<br />
Su amigo casi me da jaque mate. Casi...<br />
Era verdad. Con una habilidad resurgida inconscientemente, había dirigido mi<br />
ejército de ébano con considerable competencia, aunque no intencionada, y me las había<br />
arreglado <strong>para</strong> poner al rey de Quinn en una posición peligrosa. En cierto sentido,<br />
lamentaba mi éxito, pues Quinn lo utilizaba <strong>para</strong> desviar el ángulo de la investigación<br />
de Jake, <strong>para</strong> pasar del tema de la fotografía, repentinamente candente, al ajedrez; por<br />
otra parte, me sentía muy contento; si seguía jugando sin cometer errores, podía ganar.<br />
Quinn se rascó la barbilla, dedicando sus ojos grises a la religiosa tarea de rescatar a su<br />
rey. Pero <strong>para</strong> mí, el tablero era un borrón. Tenía la mente atrapada en una curvatura del<br />
tiempo, entumecida por recuerdos suspendidos durante casi medio siglo. Era verano, y<br />
yo tenía cinco años. Vivía con unos parientes en una ciudad de Alabama. Había un río<br />
junto a esta ciudad, también un río lento y lodoso que me desagradaba porque estaba<br />
lleno de culebras acuáticas y peces bigotudos. Sin embargo, por más que me<br />
disgustaban sus bocas peludas, me encantaban una vez capturados, fritos y cubiertos de<br />
ketchup; teníamos una cocinera que los servía a menudo. Se llamaba Lucy Joy. Era una<br />
negra corpulenta; reservada, muy seria. Parecía vivir de domingo en domingo, pues<br />
entonces cantaba en el coro de una iglesia de campo. Pero un día, Lucy Joy cambió<br />
notablemente. Estábamos solos en la cocina, y empezó a hablar de un reverendo Bobby<br />
Joe Snow, describiéndolo con un entusiasmo que encendió mi imaginación. Hacía<br />
milagros. Era un famoso evangelista, y pronto vendría a nuestro pueblo. El reverendo<br />
Snow venía a predicar la próxima semana, a bautizar y salvar almas. Supliqué a Lucy<br />
que me llevara a verlo, y la mujer sonrió y prometió que lo haría. Resultaba que ella<br />
necesitaba que la acompañara, pues el reverendo Snow era blanco, su feligresía<br />
practicaba la segregación, y Lucy había pensado que la única manera de que la<br />
admitirían sería llevando un niño blanco a bautizar. Naturalmente, Lucy no me hizo<br />
saber que lo tenía pre<strong>para</strong>do. A la semana siguiente, cuando partimos <strong>para</strong> asistir a la