21.01.2015 Views

Musica para camaleones

Musica para camaleones

Musica para camaleones

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

aquello, probablemente no volvería a verlo más. O, si lo veía, no me reconocería. Pero<br />

no tenía tiempo de pensar en eso. Skeeter Ferguson me estaba esperando, erguido en el<br />

interior del enramado de glicina, tamborileando en el suelo con el pie y dando chupadas<br />

a su puro de millonario. Sin embargo, vacilé.<br />

Nunca había robado nada; bueno, algunas barras de caramelos Hershey en el<br />

mostrador de la confitería del cine, y unos libros que no había devuelto a la biblioteca<br />

pública. Pero esto era más importante. Mi abuela me perdonaría si supiera por qué tenía<br />

que robar el collar. No, no me perdonaría; nadie me perdonaría si supiera exactamente<br />

por qué lo hacia. Pero no tenía elección. Era como Skeeter había dicho: si no lo hacía<br />

ahora, su madre no me daría otra oportunidad. Y aquello que me atormentaba seguiría y<br />

permanecería, quizá, <strong>para</strong> siempre jamás. Así que lo cogí. Me lo metí en el bolsillo y<br />

salí dis<strong>para</strong>do de la habitación sin cerrar siquiera la puerta. Cuando me reuní con<br />

Skeeter, no le enseñé el collar, sólo le dije que lo tenía, y sus ojos se hicieron más<br />

verdes, se volvieron más desagradables, soltó uno de sus anillos de humo como si fuera<br />

un tipo importante, y me dijo:<br />

—Claro que lo tienes. No eres más que un golfo de nacimiento. Como yo.<br />

Al principio fuimos a pie, luego cogimos un tranvía que pasaba por Canal Street, de<br />

ordinario tan animada y llena de gente, pero fantasmal ahora con las tiendas cerradas y<br />

la quietud del día de descanso cerniéndose por encima de ella como una sombra<br />

fúnebre. En la esquina de Canal y Royal transbordamos a otro tranvía y durante todo el<br />

camino fuimos atravesando el Barrio Francés, vecindario popular donde vivían muchas<br />

de las familias establecidas desde más antiguo, algunas de linaje más puro que<br />

cualquiera de los apellidos del Garden District. Finalmente, echamos de nuevo a andar;<br />

caminamos millas. Me hacían daño los rígidos zapatos de ir a la iglesia, que todavía<br />

llevaba, y ya no sabía dónde estábamos, pero sea cual fuere aquella parte, no me<br />

gustaba. Era inútil preguntar a Skeeter Ferguson, porque si lo hacía, se sonreía y<br />

silbaba, o escupía y se sonreía y silbaba. Me pregunto si silbaría al ir a la silla eléctrica.<br />

Realmente no tenía ni idea de dónde estábamos; era una zona de la ciudad que no<br />

conocía. Y, sin embargo, no tenía nada de raro, salvo que había menos caras blancas de<br />

las que uno estaba acostumbrado a ver y cuanto más caminábamos, más escasas se<br />

hacían: un circunstancial residente blanco rodeado de negros y criollos. En cualquier<br />

caso, se componía de una ordinaria serie de humildes estructuras de madera, casas de<br />

huéspedes con la pintura descascarada, viviendas de familias modestas, pobremente<br />

conservadas la mayoría, pero con algunas excepciones. La casa de la señora Ferguson,<br />

cuando al fin llegamos a ella, era una de esas excepciones.<br />

Era una construcción vieja, pero se trataba de una casa de verdad, con siete u ocho<br />

habitaciones; no parecía que la primera brisa de la bahía fuera a llevársela por el aire.<br />

Estaba pintada de un marrón feo, pero al menos la pintura no estaba desprendida ni<br />

ahuecada por el sol. Y dentro había un patio bien cuidado que albergaba un grueso árbol<br />

de sombra: un lilo de la China con varios neumáticos viejos suspendidos con cuerdas de<br />

las ramas; eran columpios <strong>para</strong> los niños. Y había otras cosas <strong>para</strong> jugar diseminadas<br />

por el patio: un triciclo, cubos y paletas <strong>para</strong> hacer tortitas de barro, prueba de la<br />

progenie sin padre de la señora Ferguson. Un cachorro mestizo, cautivo por una cadena<br />

atada a una estaca, empezó a dar saltos y a ladrar en el mismo instante en que avistó a<br />

Skeeter.<br />

Skeeter dijo:<br />

—Ya hemos llegado. No tienes más que abrir la puerta y entrar.<br />

—¿Solo<br />

—Ella te está esperando. Haz lo que te digo. Entra directamente. Y si la pillas en<br />

medio de un polvo, abre los ojos: así es como yo me convertí en un follador de primera.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!