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Musica para camaleones

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suficiente <strong>para</strong> volverse loco; ¿O es que ya estaba loco Eso formaba parte del<br />

problema: debía estar loco <strong>para</strong> querer que la señora Ferguson hiciera lo que yo deseaba<br />

que hiciese. Esa era una de las razones por las que no podía decírselo a nadie: pensarían<br />

que estaba loco. O algo peor. No sabía qué podría ser ese algo peor, pero<br />

instintivamente sentí que los comentarios de mi familia y sus amigos y de los otros<br />

chicos acerca de que yo estuviera loco, serían lo de menos.<br />

Debido al miedo y a la superstición, mezclados con la avaricia, los criados del<br />

Garden District, algunas de las más presuntuosas amas y algunos de los más arrogantes<br />

sirvientes que jamás pisaran un suelo de parqué, hablaban con respeto de la señora<br />

Ferguson. Además, la mencionaban en tonos quedos, y no sólo a causa de sus peculiares<br />

dotes, sino en razón de su vida privada, igualmente singular, varios de cuyos detalles fui<br />

recogiendo poco a poco al escuchar disimuladamente los chismes de esos elegantes<br />

negros y mulatos y criollos que a sí mismos se consideraban la auténtica realeza de<br />

Nueva Orleáns y, desde luego, superiores a cualquiera de sus patronos. En cuanto a la<br />

señora Ferguson, no era una madame, sino una simple mademoiselle: una mujer soltera<br />

con un montón de hijos, por lo menos seis, que llegó del este de Tejas, de uno de esos<br />

villorrios de blancos incultos del otro lado de la frontera de Shreveport. A los quince<br />

años, su propio padre la ató a un poste de amarre frente al despacho de Correos del<br />

pueblo, y la azotó públicamente con un látigo. El motivo de ese tremendo castigo era<br />

que había dado a luz a un hijo, un niño de ojos verdes, pero sin duda producto de un<br />

padre negro. Con el niño, que se llamaba Skeeter y que ahora tenía catorce años,<br />

diciéndose de él que era un diablo, llegó a Nueva Orleáns y encontró trabajo de ama de<br />

llaves en casa de un sacerdote católico, irlandés, de quien tuvo un segundo hijo, tras<br />

seducirlo y al que abandonó por otro hombre, y a partir de ahí siguió viviendo con una<br />

serie de guapos amantes, hombres que sólo podría haber conquistado por medio de<br />

pócimas vertidas en el vino porque, en el fondo, sin sus poderes particulares ¿quién era<br />

ella Basura blanca del este de Tejas que tenía relaciones amorosas con negros, madre<br />

de seis bastardos, lavandera, criada. Y, con todo, la respetaban; incluso madame Jouet,<br />

el ama principal de la familia Vaccaro, que eran dueños de la United Fruit Company,<br />

siempre se dirigía a ella con cortesía.<br />

Dos días después de mi conversación con la señora Ferguson, un domingo,<br />

acompañé a mi abuela a la iglesia, y cuando íbamos de camino a casa, que estaba a unas<br />

cuantas manzanas de distancia, noté que nos seguía alguien: un chico bien parecido de<br />

piel de color tabaco y ojos verdes. Al instante supe que se trataba del infame Skeeter, el<br />

muchacho cuyo nacimiento había causado la flagelación de su madre, y comprendí que<br />

me traía un mensaje. Sentí náuseas, pero también entusiasmo: estaba como achispado,<br />

lo suficiente <strong>para</strong> echarme a reír.<br />

Con alborozo, mi abuela me preguntó:<br />

—¡Ah! ¿Sabes un chiste<br />

Pensé: «No, pero sé un secreto.» En cambio, le contesté:<br />

—Sólo es algo que dijo el pastor.<br />

—¿De veras Me alegro de que encontraras algo divertido. Me pareció un sermón<br />

muy seco. Pero el coro ha estado bien.<br />

Me contuve de hacer el siguiente comentario: «Bueno, si únicamente van a hablar<br />

de pecadores y del infierno, cuando no saben lo que es el infierno, deberían pedirme que<br />

yo pronunciase el sermón. Podría decirles unas cuantas cosas.»<br />

—¿Eres feliz aquí —me preguntó mi abuela, como si fuera una cuestión que<br />

hubiera estado pensando desde su llegada—. Sé que es difícil. El divorcio. Vivir aquí,<br />

vivir allá. Quiero ayudarte; pero no sé cómo.<br />

—Estoy muy bien. Todo va a pedir de boca.

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