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otras diez, se mantenía despierta suministrándose anfetaminas. El segundo hijo, otro<br />
niño, fue un accidente de borrachera, aunque ella sospechaba que, en realidad, su<br />
marido la había engañado. En el momento que supo que estaba otra vez embarazada,<br />
insistió en tener un aborto; él dijo que si lo llevaba adelante, se divorciaría. Bueno, ya<br />
había tenido tiempo de lamentarlo. El niño nació dos meses antes de tiempo, casi murió<br />
y, a causa de una hemorragia interna general, ella también; ambos oscilaron por encima<br />
de un abismo a lo largo de meses de cuidados intensivos. Desde entonces, jamás había<br />
compartido el lecho con su marido; ella quería, pero no podía, porque su desnuda<br />
presencia, la idea de su cuerpo dentro de ella, le provocaba terrores insoportables.<br />
El doctor Bentsen llevaba gruesos calcetines negros con ligas, que nunca se quitaba<br />
mientras «hacía el amor»; ahora, mientras enfundaba sus piernas con ligas en unos<br />
pantalones de sarga azul con los fondillos brillantes, dijo:<br />
—Vamos a ver. Mañana es martes. El miércoles es nuestro aniversario...<br />
—¿Nuestro aniversario<br />
—¡El de Thelma! Nuestro vigésimo. Quiero llevarla a... Dime, ¿cuál es ahora el<br />
mejor restaurante de por aquí<br />
—¿Y qué importa Es muy pequeño y elegante, y el dueño jamás te daría mesa.<br />
Su falta de sentido del humor se confirmó:<br />
—Esa es una afirmación muy extraña. ¿Qué quieres decir con que no me daría<br />
mesa<br />
—Exactamente lo que he dicho. No hay más que mirarte <strong>para</strong> darse cuenta de que<br />
tienes pelos en los talones. Hay algunos que no quieren servir a gente con pelos en los<br />
talones. Ese es uno de ellos.<br />
El doctor Bentsen estaba al tanto de su costumbre de emplear jerga poco familiar, y<br />
había aprendido a simular que comprendía su significado; él se encontraba tan fuera del<br />
ambiente de ella como ella del suyo, pero la veleidosa flaqueza de su carácter no le<br />
permitía reconocerlo.<br />
—Bueno, entonces —dijo él—, ¿está bien el viernes ¿Sobre las cinco<br />
Ella le dijo:<br />
—No, gracias —él se estaba haciendo el nudo de la corbata y se detuvo; ella seguía<br />
echada en la cama, destapada, desnuda; Fred cantaba By Myself—. No, gracias querido<br />
doctor B. Creo que nunca más nos veremos aquí.<br />
Ella notó que se había alarmado. Claro que la echaría de menos: era hermosa,<br />
considerada, nunca le molestaba que él le pidiera dinero. El se arrodilló junto a la cama<br />
y le acarició el pecho. Ella observó un helado bigote de sudor en su labio superior.<br />
—¿Qué pasa ¿Drogas ¿Alcohol<br />
Ella se rió y dijo:<br />
—Lo único que bebo es vino blanco, y no mucho. No, amigo mío. Es,<br />
sencillamente, que tienes pelos en los talones.<br />
Como muchos analistas, el doctor Bentsen tenía una mentalidad enteramente literal;<br />
sólo por un instante, ella pensó que iba a quitarse los calcetines y a examinarse los pies.<br />
En forma grosera, como un niño, dijo:<br />
—Yo no tengo pelos en los talones.<br />
—Oh, sí, los tienes. Como un caballo. Todos los caballos ordinarios tienen pelos en<br />
los talones. Los puras sangres, no. Los talones de los caballos de buena casta son lisos y<br />
relucientes. Da recuerdos a Thelma.<br />
—Sabidilla. ¿El viernes<br />
El disco de Fred Astaire se acabó. Ella bebió el resto del vino.<br />
—Quizá. Te llamaré —dijo ella.