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Musica para camaleones

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RB: Qué raro. Beausoleil. Eso es francés. Mi nombre es francés. Significa Bello<br />

Sol. No te jode. Nadie ve mucho el sol dentro de este lugar de veraneo. Escuche las<br />

sirenas de niebla. Como el pitido de los trenes. Ayes, ayes. Y son peores en el verano.<br />

Tal vez haya más niebla en verano que en invierno. El tiempo. Que lo den por culo. Yo<br />

no voy a ninguna parte. Pero, escuche. Ayes, ayes. Así que ¿dónde ha estado usted todo<br />

el día<br />

TC: Por ahí. He tenido una pequeña conversación con Sirhan.<br />

RB (risas): Sirhan B. Sirhan. Lo conocí cuando me tuvieron en el callejón. Es un<br />

tipo enfermo. No debe estar aquí. Debería estar en Atascadero. ¿Quiere un chicle Sí,<br />

vaya, parece que se sabe usted muy bien el camino hacia acá. Lo observaba desde el<br />

patio. Me sorprendió que el guardián lo dejara andar solo por el patio. Alguien podría<br />

pincharlo.<br />

TC: ¿Por qué<br />

RB: Por gusto. Pero ha venido mucho por aquí, ¿eh Me lo han dicho unos<br />

muchachos.<br />

TC: Quizá media docena de veces, en distintos proyectos de investigación.<br />

RB: Sólo hay una cosa que no he visto de aquí. Pero me gustaría ver esa habitación<br />

verde manzana. Cuando me enchironaron por ese asunto de Hinman y me dieron<br />

sentencia de muerte, pues, bueno, me tuvieron una buena temporada en el Callejón.<br />

Justo hasta cuando el tribunal abolió la pena de muerte. Así que solía preguntarme por<br />

el cuartito verde.<br />

TC: En realidad, son unas tres habitaciones.<br />

RB: Yo creía que era una habitacioncita redonda con una cabaña, una especie de<br />

igloo en el centro, con paredes de cristal. Con ventanas <strong>para</strong> que los testigos que están<br />

de pie fuera puedan ver cómo mueren los tíos asfixiados con ese perfume de melocotón.<br />

TC: Sí, ésa es la habitación de la cámara de gas.<br />

Pero cuando bajan al prisionero del Callejón de la Muerte, del ascensor se sale<br />

directamente a una habitación «de retención», aneja a la habitación de los testigos. En<br />

ese cuarto «de retención» hay dos celdas, por si se produce una doble ejecución. Son<br />

celdas corrientes, exactamente iguales que ésta, y el prisionero pasa allí la última noche<br />

antes de que lo ejecuten por la mañana, leyendo, escuchando la radio, jugando a las<br />

cartas con los guardianes. Pero he descubierto algo interesante: que hay una tercera<br />

habitación en esa pequeña suite. Está detrás de una puerta cerrada, inmediatamente<br />

contigua a la celda «de retención». Sencillamente, abrí la puerta y entré, y ninguno de<br />

los guardianes que me acompañaban intentó detenerme. Y era la habitación más<br />

inquietante que hubiese visto jamás. Porque ¿sabe lo que había en ella Todas las<br />

sobras, todos los objetos personales que los distintos condenados han dejado en las<br />

celdas «de retención». Libros. Biblias, novelas del Oeste y de Erle Stanley Gardner, de<br />

James Bond. Periódicos viejos, de color marrón pardo. Algunos de ellos de hace veinte<br />

años. Crucigramas sin acabar. Cartas sin terminar. Fotografías de enamorados. De niños<br />

pequeños, borrosas y arrugadas. Patético.<br />

RB: ¿Alguna vez ha visto gasear a un tipo<br />

TC: Una vez. Pero él hizo que pareciese un juego. Estaba contento de ir, quería<br />

acabar de una vez; se sentó en aquella silla como alguien que va al dentista a que le<br />

limpien la dentadura. Pero en Kansas vi ahorcar a dos hombres.<br />

RB: ¿Perry Smith ¿Y cómo se llamaba el otro... ¿Dick Hickock Bueno, una vez<br />

que pegaran contra el extremo de la cuerda, no creo que sintieran nada.<br />

TC: Eso fue lo que nos dijeron. Pero después de caer siguieron viviendo... quince,<br />

veinte minutos. Forcejeando. Jadeando, luchando su cuerpo por vivir. No pude evitarlo:<br />

vomité.

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