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Musica para camaleones

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RB: Quizá no sea usted tan frío, ¿eh Parece frío. Así que ¿se quejó Sirhan de que<br />

lo mantuvieran en Seguridad Especial<br />

TC: ALGO así. Está solo. Quiere mezclarse con los otros reclusos, unirse a la<br />

población general.<br />

RB: No sabe lo que le conviene. Si sale, seguramente lo mataría alguien.<br />

TC: ¿Por qué<br />

RB: Por la misma razón por la que él mató a Kennedy. Fama. La mitad de los que<br />

matan a gente, eso es lo que quieren: fama. Que su fotografía salga en el periódico.<br />

TC: Esa no es la razón por la que usted mató a Gary Hinman.<br />

RB: (Silencio.)<br />

TC: Fue porque usted y Manson querían que Hinman les diera dinero y el coche, y<br />

cuando él se negó..., entonces...<br />

RB: (Silencio.)<br />

TC: Estaba pensando. Conozco a Sirhan, y conocí a Robert Kennedy. Conocí a Lee<br />

Harvey Oswald y también a Jack Kennedy. Las probabilidades en contra de que una<br />

persona conociera a esos cuatro hombres deben ser asombrosas.<br />

RB: ¿Oswald ¿Conoció a Oswald ¿De veras<br />

TC: LO conocí en Moscú justo después de que desertara. Una noche iba a cenar con<br />

un amigo, un corresponsal de un periódico italiano, y cuando llegó a recogerme, me<br />

preguntó si me importaría hablar primero con un joven desertor norteamericano, un tal<br />

Lee Harvey Oswald. Oswald residía en el Metropole, un antiguo hotel zarista, al lado de<br />

la plaza del Kremlin. El Metropole tiene un enorme y melancólico vestíbulo lleno de<br />

sombras y de palmeras muertas. Y ahí estaba él, sentado en la oscuridad bajo una<br />

palmera muerta. Delgado y pálido, de labios finos y aspecto famélico. Llevaba<br />

pantalones de trabajo, zapatillas de tenis y una camisa de leñador. Y en seguida se puso<br />

furioso; rechinaba los dientes y sus ojos brincaban de un lado a otro. Por todo se<br />

acaloraba: el embajador norteamericano; los rusos: estaba enfadado con ellos porque no<br />

le permitían quedarse en Moscú. Hablamos con él durante media hora, y mi amigo<br />

italiano no creía que mereciese la pena escribir una historia sobre él. Otro histérico<br />

<strong>para</strong>noide más: en Moscú eran una vegetación extendida por todas partes. No volví a<br />

pensar en él hasta muchos años más tarde. Hasta después del asesinato, cuando vi que<br />

pasaban su fotografía en la televisión.<br />

RB: ¿Significa eso que usted es el único que conoció a los dos, a Oswald y a<br />

Kennedy<br />

TC: No. Había una chica norteamericana, Priscilla Johnson. Trabajaba <strong>para</strong> la<br />

United Press en Moscú. Conoció a Kennedy, y se entrevistó con Oswald casi al mismo<br />

tiempo que yo. Pero puedo decirle algo más, casi igual de curioso. Acerca de esas<br />

personas que mataron sus amigos.<br />

RB: (Silencio.)<br />

TC: Yo las conocía. De las cinco personas asesinadas aquella noche en casa de la<br />

Tate, al menos conocía a cuatro. Conocí a Sharon Tate en el Festival de Cine de Cannes.<br />

Jay Sebring me cortó el pelo un par de veces. Una vez comí en San Francisco con<br />

Abigail Folger y su amigo, Frykowski. En otras palabras, conocí se<strong>para</strong>damente a cada<br />

uno de ellos. Y, sin embargo, allí estaban todos una noche, juntos en la misma casa y<br />

esperando a que llegaran sus amigos de usted. Toda una coincidencia.<br />

RB (enciende un cigarrillo; sonríe): ¿Sabe lo que le digo Que no es usted un tipo al<br />

que dé mucha suerte conocer. Mierda. Escuche eso. Aves, ayes. Tengo frío. ¿Y usted<br />

TC: ¿Por qué no se pone la camisa<br />

RB (Silencio.)

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