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Musica para camaleones

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verdaderamente deshonesto, todo de salón. Thomas Wolfe, tampoco: todo ese vómito<br />

púrpura; claro que no está vivo. Faulkner, a veces: Luz de agosto. Fitgerald, en<br />

ocasiones: The Diamond as Big as the Ritz, Suave es la noche. Me gusta mucho Willa<br />

Cather. ¿Ha leído usted My Mortal Enemy<br />

Sin ninguna expresión particular, dijo: «En realidad, la he escrito yo.»<br />

Había visto fotografías de Willa Cather de hace mucho tiempo, hechas, quizás, a<br />

comienzos de los años veinte. Más blanda, más sencilla, con menos elegancia que mi<br />

acompañante. Sin embargo, al momento supe que era Willa Cather, y fue uno de los<br />

frissons de mi vida. Empecé a barbullar sobre sus libros como un colegial; mis<br />

favoritos: A Lost Lady, The Professor's House, My Antonia. No era que, como escritor,<br />

tuviese yo algo en común con ella. Yo nunca hubiera elegido su clase de temas, ni<br />

hubiese imitado su estilo. Era, sencillamente, que le consideraba una gran artista. Tan<br />

buena como Flaubert.<br />

Nos hicimos amigos; ella leía mi trabajo y siempre era un juez imparcial y útil.<br />

Estaba llena de sorpresas. En primer lugar, ella y su amiga de toda la vida, miss Lewis,<br />

vivían en un espacioso piso de Park Avenue, amueblado con encanto; en cierto modo, la<br />

idea de que miss Cather viviese en un piso de Park Avenue parecía incongruente con su<br />

educación de Nebraska, con el tono sencillo y casi elegiaco de sus novelas. En segundo<br />

lugar, su interés principal no era la literatura, sino la música. Iba constantemente a<br />

conciertos, y casi todas sus amistades íntimas eran personalidades musicales, en<br />

especial Yehudi Menuhin y su hermana Hepzibah.<br />

Como todas las conversadoras genuinas, era una oyente extraordinaria, y cuando le<br />

tocaba el turno de hablar, no era parlanchina, iba a lo importante con brillantez. Una vez<br />

me dijo que yo era demasiado sensible a la crítica. Lo cierto era que ella acusaba más<br />

receptividad que yo ante las críticas superficiales; cualquier referencia menospreciativa<br />

a su trabajo le causaba una caída del ánimo. Al hacérselo notar, ella dijo: «Sí, ¿pero<br />

acaso no buscamos siempre en otros nuestros propios defectos <strong>para</strong> reconvenirles por tal<br />

posesión Estoy viva. Tengo pies de barro. Sin duda alguna.»<br />

P: ¿Tiene usted alguna diversión favorita, como espectador<br />

R: Fuegos artificiales. Rociadas de dibujos evanescentes de mil colores<br />

centelleando en el cielo de la noche. En Japón he visto los mejores; los maestros<br />

japoneses crean ígneas criaturas en el aire: dragones culebreantes, gatos explosivos,<br />

rostros de deidades paganas. Los italianos, los venecianos, sobre todo, hacen estallar<br />

obras maestras por encima del Gran Canal.<br />

P: ¿Tiene usted muchas fantasías sexuales R: Cuando tengo una fantasía sexual,<br />

normalmente trato de transferirla a la realidad; a veces, con éxito. Sin embargo, por lo<br />

general me veo vagando entre ensoñaciones eróticas que se quedan simplemente en eso:<br />

sueños.<br />

Recuerdo que una vez mantuve una conversación sobre este tema con el difunto E.<br />

M. Forster, el mejor novelista inglés de este siglo. Me dijo que, cuando era colegial, los<br />

pensamientos sexuales dominaban su mente. Me dijo: «Creí que cuanto mayor me<br />

hiciera, más disminuiría esa fiebre, que incluso me abandonaría. Pero ése no fue el caso;<br />

rugió entre los veinte y los treinta, y pensé: Bueno, seguramente <strong>para</strong> cuando cumpla los<br />

cuarenta obtendré algún alivio de este tormento, de esta constante búsqueda por el<br />

objeto amoroso perfecto. Pero no sería así; a lo largo de los cuarenta, el deseo acechó en<br />

mi cabeza. Y después cumplí los cincuenta, y luego los sesenta, y nada cambió:<br />

imágenes sexuales continuaban girando en torno a mi cerebro como personajes en un<br />

carrusel. Aquí estoy ahora, con setenta, y sigo siendo prisionero de la imaginación<br />

sexual. No puedo librarme ni siquiera a una edad en que ya nada tengo que ver con<br />

ello.» P: ¿Ha pensado alguna vez en suicidarse

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