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Musica para camaleones

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secretaria y le dije que debía ir a Washington y que no aparecería por allí hasta el día<br />

siguiente. Luego, llamé a casa y le dije a mi mujer que había surgido algo, un asunto de<br />

negocios, y que me quedaría en el club a pasar la noche. Después me metí en la cama,<br />

pensando: dormiré todo el día, tomaré un buen trago <strong>para</strong> relajarme, <strong>para</strong> quitarme los<br />

nervios, y a dormir. Pero no pude... hasta que vacié toda la botella. ¡Chico, cómo dormí<br />

entonces! Hasta eso de las diez del día siguiente.<br />

TC: Unas veinte horas.<br />

GEORGE: Más o menos. Pero me sentí perfectamente al levantarme. En el Yale<br />

Club tienen un masajista magnífico, un alemán, con unas manos tan fuertes como las de<br />

un gorila. Ese tipo puede arreglarte de verdad. De modo que tomé una sauna, un masaje<br />

como de tropas de asalto, y quince minutos de ducha helada. No salí y comí en el club.<br />

Nada de bebida, pero chico, devoré como un lobo. Cuatro tajadas de cordero, dos<br />

patatas asadas, espinacas a la crema, una mazorca tierna de maíz, una botella de leche,<br />

dos tartas de arándanos tan grandes como una fuente.<br />

TC: Me gustaría que comieras algo ahora.<br />

GEORGE: (un bramido cortante, sorprendentemente rudo): ¡Cállate!<br />

TC: (Silencio.)<br />

GEORGE: Lo siento. Quiero decir que era como si hablase conmigo mismo. Como<br />

si hubiera olvidado que estabas aquí. Y tu voz...<br />

TC: Entiendo. De cualquier modo, te habías dado una buena comida y te sentías<br />

bien.<br />

GEORGE: Ya lo creo. Ya lo creo. El condenado comió un suculento almuerzo. ¿Un<br />

cigarrillo<br />

TC: No fumo.<br />

GEORGE: Eso es bueno. No fumar. Yo no fumaba desde hacía años. TC: Toma, te<br />

daré fuego.<br />

GEORGE: Soy perfectamente capaz de vérmelas con una cerilla sin quemar el local,<br />

gracias.<br />

Bueno, ¿dónde estábamos ¡Ah, sí! El condenado iba de camino a su oficina,<br />

tranquilo y reluciente.<br />

Era viernes, la segunda semana de julio, un día de mucho calor. Me hallaba solo en<br />

el despacho cuando mi secretaria llamó y dijo que una tal miss Reilly estaba al teléfono.<br />

No caí inmediatamente en la cuenta, y le pregunté: «¿Quién ¿Qué es lo que quiere» Y<br />

mi secretaria contestó: «Dice que es personal.» Cayó la moneda. Dije: «¡Ah, sí!,<br />

póngala.»<br />

Y oí: «Míster Claxton, soy Linda Reilly. He recibido su carta. Es la carta más bonita<br />

que he recibido nunca. Noto que es usted un verdadero amigo, y por eso he decidido<br />

correr la suerte de llamarlo. Esperaba que pudiera auxiliarme. Porque ha ocurrido algo y<br />

no sé qué haré si usted no me ayuda.» Tenía una suave voz de jovencita, pero estaba tan<br />

sin aliento, tan apurada, que le pedí que hablase más despacio. «No tengo mucho<br />

tiempo, míster Claxton. Estoy llamando desde el piso de arriba y mi madre puede coger<br />

el teléfono abajo en cualquier momento. El caso es que tengo un perro, Jimmy. Tiene<br />

seis años, pero es muy juguetón. Lo tengo desde que era pequeña, y es lo único que<br />

poseo. Es muy bueno, el perrito más lindo que haya visto nunca. Pero mi madre va a<br />

hacer que lo maten. ¡Me moriré! Sencillamente, me moriré. Míster Claxton, por favor,<br />

¿puede usted venir a Larchmont y encontrarse conmigo frente al paso de la autopista<br />

Llevaré a Jimmy conmigo, y usted podría llevárselo. Ocultarlo hasta que pensemos lo<br />

que hacer. No puedo hablar más. Mi madre está subiendo las escaleras. Lo llamaré a la<br />

primera oportunidad que tenga mañana por la mañana y <strong>para</strong> fijar una cita...»<br />

TC: ¿Qué dijiste tú

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