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Musica para camaleones

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Berkowitz vivían en Park Avenue, más arriba del ochenta, y sugerí<br />

que tomáramos un taxi, pero Mary dijo que no, que qué clase de<br />

marica era yo, que podíamos ir andando, así que me di cuenta de que,<br />

a pesar de las apariencias, ella también viajaba por sendas estelares.<br />

Fuimos caminando despacio, como si hiciese un cálido día tranquilo<br />

con cielo de color turquesa y las duras calles resbaladizas fuesen una<br />

playa caribeña de color perla. Park Avenue no es mi bulevar favorito;<br />

es de ricos y carece de encanto; si la señora Lasker plantara tulipanes<br />

en todo el trayecto de la Estación Central al Spanish Harlem, sería en<br />

vano. Sin embargo, hay ciertos edificios que despiertan recuerdos.<br />

Pasamos uno donde Willa Cather, la escritora norteamericana que más<br />

he admirado, vivió los últimos años de su vida con su compañera,<br />

Edith Lewis; con frecuencia solía sentarme frente a su chimenea y<br />

bebía Bristol Cream mientras observaba cómo la lumbre inflamaba el<br />

pálido azul de la llanura de los geniales y serenos ojos de miss Cather.<br />

En la Calle Ochenta y Cuatro reconocí un edificio en donde una vez<br />

asistí a una pequeña cena de etiqueta dada por el senador John F.<br />

Kennedy y señora, entonces tan joven y despreocupada. Pero, a pesar<br />

de los agradables esfuerzos de nuestros huéspedes, la noche no fue tan<br />

instructiva como yo había previsto porque, después de que se hubiera<br />

dejado ir a las mujeres y los hombres se quedaran solos en el comedor<br />

<strong>para</strong> saborear sus cordiales y sus puros habanos, uno de los invitados,<br />

un modisto de mentón más bien oblicuo llamado Oleg Cassini,<br />

acaparó la conversación con el relato de un viaje a Las Vegas y las<br />

innumerables chicas de revista a las que allí había probado<br />

recientemente: sus medidas, sus especialidades eróticas, sus<br />

exigencias financieras; un recital que hipnotizó a oyentes, ninguno de<br />

los cuales estaba más divertido y más atento que el futuro presidente.<br />

Cuando llegamos a la Calle Ochenta y Siete, señalé a una ventana<br />

del cuarto piso del número 1060 de Park Avenue e informé a MARY:<br />

«Mi madre vivió ahí. Esa era su habitación. Era guapa y muy<br />

inteligente, pero no quería vivir. Tenía muchas razones, al menos ella<br />

lo creía así. Pero, al final, el único motivo fue su marido, mi padrastro.<br />

Era un hombre que se hizo a sí mismo, muy próspero; ella lo adoraba,<br />

y él era verdaderamente un buen tipo, pero jugaba, se metió en líos,<br />

malversó un montón de dinero, perdió su negocio y lo llevaron a Sing-<br />

Sing.»<br />

Mary meneó la cabeza: «Igual que mi chico. Lo mismo que él.»<br />

Los dos nos quedamos <strong>para</strong>dos, mirando a la ventana, mientras el<br />

chaparrón nos empapaba. «De modo que una noche se vistió toda de<br />

gala y dio una cena; todo el mundo dijo que estaba preciosa. Pero<br />

después de la fiesta, antes de irse a acostar, se tomó treinta pastillas de<br />

Seconal y jamás se despertó.»<br />

Mary se enfada; echa a andar con rápidas zancadas bajo la lluvia:<br />

«No tenía derecho a hacer eso. No tolero esas cosas. Van contra mis<br />

creencias.»)<br />

LORO CHILLÓN: ¡Vaca sagrada!<br />

MARY: ¿Lo oye ¿Qué le había dicho<br />

LORO: Oy vey! Oy vey!

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