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Musica para camaleones

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JAKE: ¿A Quinn<br />

TC: No, no a Quinn. Pero a alguien parecido. Su mellizo.<br />

JAKE: Hable claro.<br />

(Describí aquel día de verano, mi bautismo. El parecido entre Quinn y el reverendo<br />

Snow era tan claro <strong>para</strong> mí. Los caracteres afines. Pero hablé emotivamente,<br />

metafísicamente, y no logré comunicar lo que sentía. Me di cuenta de la desilusión de<br />

Jake: él esperaba una percepción sensata, una penetración prístina y pragmática que lo<br />

ayudara a aclarar su propio concepto del carácter de Quinn, y de sus motivaciones.<br />

Guardé silencio, mortificado por haber fallado a Jake. Pero al llegar a la carretera, y<br />

cuando nos dirigíamos por ella a la ciudad, Jake me dijo que, a pesar de que el relato de<br />

mi recuerdo había sido un tanto confuso e inconexo, él había podido descifrar<br />

parcialmente lo que yo había expresado de forma tan pobre.)<br />

Bueno, Bob Quinn cree que él es Dios Todopoderoso.<br />

TC: No lo cree. Lo sabe.<br />

JAKE: ¿Alguna duda<br />

TC: No, ninguna. Quinn es el hombre que talla los féretros.<br />

JAKE: Y uno de estos días tallará el propio. O no me llamo Jake Pepper.<br />

Durante los meses siguientes llamé a Jake por lo menos una vez a la semana, por lo<br />

general los domingos, cuando él estaba en casa de Addie, lo que me permitía hablar con<br />

ambos. Jake abría la conversación diciendo: "Lo siento, socio. Nada nuevo que<br />

informar". Pero un domingo, Jake me contó que él y Addie habían fijado la fecha de la<br />

boda: el 10 de agosto. Y Addie dijo: "Espero que pueda venir". Le prometí que lo haría,<br />

aunque el día coincidía con un viaje de tres semanas a Europa que había planeado.<br />

Bueno, combinaría las fechas. Sin embargo, fue la pareja la que tuvo que cambiar pues<br />

el agente del Departamento que reemplazaría a Jake mientras durara su luna de miel<br />

("¡Vamos a Honolulú!") tuvo un ataque de hepatitis y la boda se pospuso hasta el<br />

primero de septiembre. "Qué mala suerte", dije a Addie. "Pero <strong>para</strong> entonces ya estaré<br />

de regreso, y podré ir".<br />

De modo que a principios de agosto, volé por Swissair a Suiza, y holgazaneé varias<br />

semanas en una aldea alpina, tomando el sol entre las nieves eternas. Dormí, comí, releí<br />

a todo Proust, que es como sumergirse en una ola gigantesca, con destino desconocido.<br />

Pero mis pensamientos con demasiada frecuencia giraban en torno de Mr. Quinn. A<br />

veces, mientras dormía, llamaba a mi puerta y entraba a mis sueños, en ocasiones tal<br />

cual era, con los ojos grises brillándole tras los anteojos de aro de alambre, pero de vez<br />

en cuando aparecía ataviado como el reverendo Snow, con la túnica blanca. Aspirar<br />

durante un breve período el aire alpino es vivificante pero una larga vacación en las<br />

montañas puede tornarse claustrofóbica y provocar depresiones inexplicables. De todos<br />

modos, un día en un estado de ánimo negro, alquilé un auto y atravesando el paso<br />

Bernardo crucé a Italia y me dirigía Venecia. En Venecia uno vive disfrazado y con<br />

máscara, es decir uno no es uno mismo, y no es responsable de su comportamiento. No<br />

era mi yo verdadero el que llegó a Venecia a las cinco de la tarde y que antes de la<br />

medianoche tomó un tren con destino a Estambul. Todo empezó en el bar de Harry,<br />

como tantas aventuras venecianas. Acababa de pedir un martini, cuando justo entra por<br />

la puerta de vaivén Gianni Paoli, un enérgico periodista que había conocido en Moscú<br />

cuando él era corresponsal de un diario italiano. Juntos, con la ayuda de vodka,<br />

habíamos alegrado muchos aburridos restaurantes rusos. Gianni estaba en Venecia<br />

camino a Estambul. Tomaba el Expreso de Oriente a medianoche. Seis martinis más<br />

tarde me había convencido de que fuera con él. Fue un viaje de dos días y dos noches.<br />

El tren serpenteó a través de Yugoslavia y Bulgaria, pero nuestras impresiones de estos<br />

países se limitaron a lo que vimos por las ventanillas de nuestro iluminado

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