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Musica para camaleones

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Y sé que Irma cuidaría bien de Jim. Es una chica maravillosa. Por eso le pedí que<br />

entrara en el negocio conmigo. Bueno, Jockey, qué gusto volverte a ver. Pasa por allí<br />

luego. Tenemos mucho que contarnos. Pero ahora será mejor que sacuda mis viejos<br />

huesos.<br />

Seis..., seis..., seis...: la voz de la campana se dilata en el aire verdeante,<br />

estremeciéndose al sumirse en el sueño de la historia.<br />

Algunas ciudades, como paquetes envueltos bajo árboles de Navidad, encierran<br />

inesperados regalos, secretas delicias. Algunas ciudades siempre serán paquetes<br />

envueltos, receptáculos de enigmas que jamás resolverán ni verán siquiera los visitantes<br />

en vacaciones, ni tampoco los viajeros más inquisitivos y persistentes. Para conocer<br />

tales ciudades, <strong>para</strong> desenvolverlas, por decirlo así, uno tiene que haber nacido en ellas.<br />

Así es Venecia. Después de octubre, cuando los vientos del Adriático barren al último<br />

norteamericano, incluso al último alemán, llevándoselos y enviando tras ello su equipaje<br />

por avión, otra Venecia emerge: una camarilla de venecianos élégants, frágiles duques<br />

vistiendo chalecos bordados, condesas larguiruchas apoyándose en los brazos pálidos y<br />

estirados sobrinos: creaciones jamesianas, románticos de D'Annunzio que nunca<br />

pensarían en salir de las sombras malvas de sus palacios durante un día de verano<br />

cuando los extranjeros están en la calle, en salir a dar de comer a las palomas y a pasear<br />

bajo las arcadas de la Piazza San Marco y a tomar el té en el vestíbulo del Danieli (el<br />

Gritti cierra hasta la primavera) y, cosa más divertida, a engullir martinis y bocadillos de<br />

queso a la plancha en el acogedor espacio del Harry's American Bar, el tan tardío y<br />

reservado abrevadero de las vociferantes hordas del otro lado de los Alpes y de los<br />

mares.<br />

Fez es otra ciudad enigmática con una doble vida, y Boston otra más: todos estamos<br />

enterados de que se celebran intrigantes ritos tribales al otro lado de las pulcras fachadas<br />

y de los arcos de las ventanas tintadas de púrpura de Louisburg Square, pero a no ser<br />

por lo que han divulgado unos pocos y escogidos literatos bostonianos, no sabemos<br />

cuáles son esas ceremonias en clave, ni lo sabremos nunca. Sin embargo, de todas las<br />

ciudades secretas, Nueva Orleans es, a mi juicio, la más secreta, la de realidad más<br />

impenetrable que un extranjero pueda observar. El predominio de empinados muros, de<br />

follaje oscuro, de altos portones de hierro fuertemente cerrados, de ventanas con<br />

postigos, de túneles oscuros que llevan a exuberantes jardines donde mimosas y<br />

camelias contrastan sus colores, y lagartos perezosos, chasqueando sus lenguas<br />

ahorquilladas, corren por la fronda de palmeras; todo ello no es un decorado accidental,<br />

sino arquitectura deliberadamente urdida <strong>para</strong> el camonflage, <strong>para</strong> enmascarar, como en<br />

el baile del Mardi Gras, las vidas de aquellos que nacieron <strong>para</strong> vivir entre tales<br />

edificios protectores: dos primos, que entre ellos tienen otros cien primos esparcidos por<br />

la maraña de la ciudad, se enredan en mutuas relaciones familiares, murmurando juntos<br />

al sentarse bajo una higuera, cerca de la fuente de pausado chorro que refresca su jardín<br />

oculto.<br />

Suena un piano. No puedo resolver de dónde viene: dedos fuertes tocando un piano<br />

de notas graduales, que se van afirmando: «I want, I want...»<br />

Es un negro, el que canta; es bueno: I want a mama, a big fat mama, I want a big fat<br />

mama with the meat shakiri on her, yeahj» 7 .<br />

Pasos. Pasos femeninos de tacón alto que se acercan y se detienen frente a mí. Es la<br />

mujer delgada y casi bonita que a comienzos de la tarde oí pelearse a gritos con su<br />

7 "Quiero, quiero... Quiero una mamá, una mamá grande y gorda, quiero una mamá grande y gorda<br />

con la carne temblona, ¡sí!" (N. del T.)

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