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Musica para camaleones

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—¿De verdad, querida..., no te importaría Me parece que es hacer un desprecio a<br />

los Hale, aunque ella sea una gilipollas.<br />

—¡George! No digas esa palabra. Sabes que la odio.<br />

—Lo siento —dijo él; y lo sentía. Siempre tenía cuidado de no ofenderla, al igual<br />

que ella tenía la misma atención <strong>para</strong> con él: consecuencia de la paz que los mantenía<br />

juntos y, al mismo tiempo, se<strong>para</strong>dos.<br />

—Los llamaré y les diré que has cogido un resfriado.<br />

—Bueno, no sería mentira. Creo que lo he pillado.<br />

Mientras ella llamaba a los Hale y daba órdenes a Anna <strong>para</strong> que dentro de una hora<br />

les sirvieran la cena, sopa y soufflé, engulló él una sorprendente dosis del vodka<br />

escarlata y sintió que se le encendía un fuego en el estómago; antes de que su mujer<br />

volviera, se sirvió un respetable trago y se tumbó cuan largo era en el sofá. Ella se<br />

arrodilló en el suelo, le quitó los zapatos y empezó a darle masaje en los pies: «Dios<br />

sabe que él no tiene pelos en los talones.»<br />

El gruñó:<br />

—Hum... Qué bien sienta eso.<br />

—Te quiero, George.<br />

—Yo también te quiero.<br />

Ella pensó en poner un disco, pero no, el rumor del fuego era lo único que<br />

necesitaba la habitación.<br />

—¿George<br />

—Sí, querida.<br />

—¿En qué estás pensando<br />

—En una mujer llamada Ivory Hunter.<br />

—¿De veras conoces a alguien que se llame Ivory Hunter 1 .<br />

—Bueno. Ese era su nombre artístico. Había sido bailarina de variedades.<br />

Ella se echó a reír.<br />

—¿Qué es eso ¿Parte de tus aventuras de Facultad<br />

—Yo no la conocí. Sólo oí hablar de ella en una ocasión. Fue al verano siguiente de<br />

licenciarme en Yale.<br />

Cerró los ojos y apuró el vodka.<br />

—El verano que hice auto-stop por Nuevo Méjico y California. ¿Recuerdas<br />

Cuando me rompieron la nariz. En una pelea de taberna en Needles, California. —A ella<br />

le gustaba su nariz partida, que difuminaba la extrema gentileza de su rostro; él habló<br />

una vez de que se la partieran de nuevo <strong>para</strong> que pudiesen arreglársela, pero ella le quitó<br />

la idea—. Fue a principios de septiembre, y ésa siempre ha sido la época más calurosa<br />

del año en el Sur de California; más de cien grados 2 todos los días. Debería haber<br />

comprado un billete de autobús, al menos <strong>para</strong> cruzar el desierto. Pero, como un loco,<br />

me metí en el Mojave, cargado con un petate de cincuenta libras y sudando hasta<br />

quedarme sin gota. Juraría que hacía ciento cincuenta grados a la sombra. Sólo que no<br />

había sombra alguna. Nada sino arena y mezquite y aquel hirviente cielo azul. Una vez<br />

pasó un camión grande, pero no me paró. Lo único que hizo fue matar a una serpiente<br />

de cascabel que reptaba por la carretera.<br />

»No dejaba de pensar que en alguna parte tenía que aparecer algo. Un garaje. De<br />

cuando en cuando pasaban coches, pero bien podría haber sido invisible. Empecé a<br />

compadecerme de mí mismo, a comprender lo que significaba estar desam<strong>para</strong>do, y a<br />

entender por qué es bueno que los budistas envíen a mendigar a los monjes jóvenes. Es<br />

purificante. Arranca esa última capa de grasa infantil.<br />

1 Cazador(a) de Marfil. (N. del T.)<br />

2 La temperatura se mide en grados Farenheit. (N. del T.)

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