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(El loro, un collage surrealista de plumas verdes, amarillas y naranjas,<br />
está situado en una percha de caoba en el salón rigurosamente formal<br />
del señor y la señora Berkowitz, una estancia que sugiere estar<br />
enteramente hecha de caoba: los suelos de parqué, los paneles de la<br />
pared y los muebles, costosas reproducciones de grandiosos muebles<br />
de época, aunque sabe Dios de cuál, quizá de comienzos de la Gran<br />
Confluencia. Sillas de respaldo recto; sofás que habrían puesto a<br />
prueba la paciencia de un profesor de modales. Cortinajes de seda de<br />
color morado vendaban las ventanas que, de manera incongruente,<br />
estaban cubiertas de visillos venecianos de color marrón mostaza. Por<br />
encima de una repisa de chimenea de caoba tallada, un retrato con<br />
marco de caoba de míster Berkowitz, carrilludo y cetrino, lo pintaba<br />
como un caballero rural vestido <strong>para</strong> la caza del zorro: chaqueta<br />
encarnada, corbata de seda, una trompa de caza apretada debajo de un<br />
brazo y una fusta bajo el otro. No sé qué aspecto tendría el resto de<br />
aquella casa, de mezclados estilos, porque aparte del salón, no vi nada<br />
salvo la cocina.)<br />
MARY: ¿Qué es tan divertido ¿De qué se ríe<br />
TC: De nada. Sólo es ese tabaco peruano, querube mío. Entiendo que míster<br />
Berkowitz monta a caballo.<br />
LORO: Oy vey! Oy vey!<br />
MARY: ¡Calla! Antes de que retuerza tu maldito pescuezo.<br />
TC: Pues si nos ponemos a maldecir... (Mary refunfuña; se santigua.) ¿Tiene<br />
nombre ese bicho<br />
MARY: Aja. Intente adivinarlo.<br />
TC: Polly.<br />
MARY (sorprendida de verdad): ¿Cómo lo sabe<br />
TC: Porque es hembra.<br />
MARY: Es un nombre de chica, así que debe ser hembra. Sea lo que sea, es una<br />
zorra. Pero fíjese en toda esa porquería del suelo. La tengo que limpiar yo toda.<br />
TC: Ese lenguaje. Ese lenguaje.<br />
POLLY: ¡Vaca sagrada!<br />
MARY: ¡Qué nervios! Tal vez sería mejor que nos colocáramos un poquito. (Fuera<br />
sale la caja de hojalata, los porros, la boquilla, las cerillas.) Y vamos a ver qué<br />
localizamos en la cocina Tengo muchas ganas de dulce.<br />
(El interior de la nevera de los Berkowitz es una fantasía de glotón,<br />
una cornucopia de golosinas cebadoras. No era de extrañar que el<br />
dueño de la casa tuviese tales carrillos. «¡Oh, sí¡», confirma Mary,<br />
«son un par de cerdos. Ella tiene un estómago que parece que va a<br />
soltar los quintillizos de Dionne. Y todos los trajes de él están hechos<br />
a medida; no le vale nada comprado en la tienda. ¡Hmm, qué rico! Me<br />
siento golosa de verdad. Esos pastelitos de coco parecen apetitosos. Y<br />
no me importaría meterle el diente a esa tarta de moka. Podemos<br />
ponerle encima un poco de helado». Alcanzamos unos enormes<br />
cuencos de sopa y Mary los llena de pastelitos y de tarta de moka y les<br />
añade cucharones del tamaño de un puño llenos de helado de pistacho.<br />
Volvemos al salón con ese banquete y caemos sobre él como<br />
huérfanos maltratados. No hay nada como la hierba <strong>para</strong> despertar el