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Musica para camaleones

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23 de febrero de 1977: Llamé a Jake. Dijo, con cierta timidez: "¡Hola, socio! ¡Tanto<br />

tiempo!". En realidad le había enviado una carta desde Suiza, que no contestó, y lo<br />

había llamado por teléfono dos veces, sin encontrarlo, durante la temporada de Navidad.<br />

"Oh, sí, estaba en Oregon". Luego llegamos al tema: la muerte de Juanita Quinn. Como<br />

era de esperar, dijo: "Me huele mal". Cuando le pregunté por qué, agregó: "Las<br />

cremaciones siempre huelen mal". Hablamos un cuarto de hora más, pero noté que <strong>para</strong><br />

él representaba un esfuerzo. Tal vez le hago acordar de cosas que, a pesar de su<br />

fortaleza moral, empieza a querer olvidar.<br />

10 de julio de 1977: Llamó Jake, enloquecido de alegría. Sin preámbulo, me<br />

anunció: "Como le dije, las cremaciones siempre me huelen mal. ¡Bob Quinn se ha<br />

casado! Bueno, todo el mundo sabía que tenía otra familia, una mujer y cuatro hijos.<br />

Los mantenía escondidos en Appleton, un lugar a unos ciento cincuenta kilómetros al<br />

sudoeste. La semana pasada se casó con la dama. Ha traído a mujer y cría a la estancia,<br />

pavoneándose como un gallo. Juanita se revolvería en la tumba. De tener una tumba".<br />

Estúpidamente, aturdido por la historia de Jake, le pregunté: "¿Qué edad tienen los<br />

hijos". Me contestó: "La menor tiene diez y la mayor diecisiete. Todas mujeres. El<br />

pueblo está conmocionado. Los asesinatos no los escandalizan, un par de homicidios no<br />

les molesta. Pero que su caballero andante, su gran Héroe de Guerra, se aparezca con su<br />

descarada ramera y sus cuatro bastardas es demasiado <strong>para</strong> sus mentes presbiterianas".<br />

Yo le dije: "Las hijas me dan lástima. Y la mujer también". Jake me replicó: "Yo me<br />

guardo la lástima <strong>para</strong> Juanita. Si existiera el cuerpo, y pudiera exhumarse, apuesto a<br />

que el forense encontraría una buena dosis de nicotina en él". Yo dije: "Lo dudo. No<br />

haría daño a Juanita. Era una alcohólica. Él era su salvador. La amaba". Lentamente,<br />

Jake preguntó: "¿Supongo que pensará que no tuvo nada que ver con la muerte de<br />

Addie". Respondí: "Era su intención matarla. Lo hubiera hecho. Pero ella se ahogó".<br />

Jake acotó: "Ahorrándole el trabajo. Está bien. Explique lo de Clem Anderson. Lo de<br />

los Baxter". "Sí, todo fue obra de Quinn", señalé. "Tuvo que hacerlo él. Es un mesías<br />

con un deber que cumplir". Jake dijo: "Entonces, ¿por qué permitió que el jefe de<br />

correos se le deslizara entre los dedos". Repliqué: "¿Será así Yo creo que el viejo Mr.<br />

Jaeger tiene una cita con la muerte. Quinn se le cruzará por el camino algún día. Quinn<br />

no puede descansar hasta que eso suceda. No es cuerdo, sabe". Jake colgó, pero no sin<br />

antes de preguntarme, con mordacidad: "Y usted, ¿lo es".<br />

15 de diciembre de 1977. Vi una billetera negra de cocodrilo en la vidriera de una<br />

casa de empeños. Estaba en muy buenas condiciones y llevaba las iniciales J.P. La<br />

compré, y como nuestra última conversación había terminado mal (él estaba enojado,<br />

aunque yo no), se la mandé como regalo de Navidad y ofrenda de paz al mismo tiempo.<br />

22 de diciembre de 1977: Una tarjeta de Navidad de la fiel Mrs. Connor: ¡Estoy<br />

trabajando <strong>para</strong> el circo! No, no soy acróbata. Sino recepcionista. ¡Es divertidísimo! Mis<br />

mejores deseos <strong>para</strong> el Año Nuevo.<br />

17 de enero de 1978: Un garrapateo de cuatro líneas, de Jake, agradeciéndome la<br />

billetera. Lacónica, inadecuadamente. Sé entender una indirecta. No volveré a escribir,<br />

ni a llamarlo.<br />

20 de diciembre de 1978: Una tarjeta de Marylee Connor, nada más que la firma.<br />

Nada de Jake.<br />

12 de septiembre de 1979: Fred Wilson y su mujer estuvieron en Nueva York la<br />

semana pasada, de paso <strong>para</strong> Europa (su primer viaje), felices como en su luna de miel.<br />

Los invité a comer afuera. La conversación giró en torno de los agitados pre<strong>para</strong>tivos<br />

del viaje inminente hasta que, mientras elegíamos el postre, Fred dijo: "No has<br />

mencionado a Jake". Simulé sorprenderme dije, con tono casual, que hacía más de un<br />

año que no tenía noticias suyas. Astutamente, Fred preguntó: "¿Se han disgustado". Yo

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