Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
TC: Por favor. Continúa.<br />
GEORGE: Guardé la fotografía. En realidad, la puse en mi billetera. Junto con fotos<br />
de mis chicos. No podía quitarme la carta de la cabeza. Y aquella noche, cuando tomé el<br />
tren <strong>para</strong> casa, hice algo que sólo he hecho muy pocas veces. Fui al vagón restaurante,<br />
pedí un par de copas fuertes y leí la carta una y otra vez. Prácticamente, me la aprendí<br />
de memoria. Luego, al llegar a casa, le dije a mi mujer que tenía que hacer un trabajo de<br />
la oficina. Me encerré en mi madriguera y empecé una carta <strong>para</strong> Linda. Escribí hasta<br />
medianoche.<br />
TC: ¿Estuviste bebiendo durante todo ese tiempo<br />
GEORGE: (sorprendido): ¿Por qué<br />
TC: Podría haber dado cierta orientación a lo que escribiste.<br />
GEORGE: Sí, estuve bebiendo, y supongo que fue una carta muy emocional. Pero<br />
me sentía muy inquieto por esa niña. Quería ayudarla verdaderamente. Le escribí acerca<br />
de algunos problemas que habían tenido mis propios hijos. Del acné de Harriet y de que<br />
nunca había tenido un solo novio. Hasta que le hicieron una operación de piel. Le conté<br />
la mala época que pasé cuando yo estaba creciendo.<br />
TC: ¿Eh Creía que disfrutaste de la vida ideal de un típico joven americano.<br />
GEORGE: Dejé que la gente viera lo que yo quería que viese. Por dentro era una<br />
historia diferente.<br />
TC: Me dejas perplejo.<br />
GEORGE: A eso de medianoche, mi mujer llamó a la puerta. Quería saber si algo<br />
iba mal, y yo le dije que se volviera a la cama, que tenía que acabar una carta urgente y<br />
que, cuando la terminase, iría a llevarla al despacho de Correos. Ella me dijo que por<br />
qué no podía esperar hasta por la mañana, que eran más de las doce. Perdí los estribos.<br />
Treinta años casados, y con los dedos de las manos podía contar las veces que me había<br />
enfadado con ella. Gertrude es una mujer maravillosa, maravillosa. La quiero en cuerpo<br />
y alma. ¡Sí, maldita sea! Pero le grité: «No, no puede esperar. Tiene que enviarse esta<br />
noche. Es muy importante.»<br />
(Un camarero le entregó a George un paquete de cigarrillos, ya<br />
abierto. Se puso uno en los labios, y el camarero se lo encendió, lo que<br />
no estaba de más, pues sus dedos temblaban demasiado <strong>para</strong> sujetar<br />
sin peligro una cerilla.)<br />
¡Y, por Dios, era importante! Porque sabía que si no enviaba la carta aquella noche,<br />
jamás lo haría. Sobrio, tal vez hubiera pensado que era demasiado personal o algo<br />
parecido. Y ahí estaba esa solitaria e infeliz muchacha que me había mostrado su<br />
corazón: ¿cómo se sentiría si nunca oyese una sola palabra de mí No. Subí al coche y<br />
fui al despacho de Correos, y tan pronto como envié la carta, en cuanto la dejé caer por<br />
la ranura, me sentí demasiado cansado <strong>para</strong> conducir hasta casa. Me quedé dormido en<br />
el coche. Me desperté al amanecer, pero mi mujer dormía y no se enteró de cuándo<br />
llegué.<br />
Apenas tuve tiempo <strong>para</strong> afeitarme y cambiarme de ropa antes de salir<br />
precipitadamente <strong>para</strong> coger el tren. Mientras me estaba afeitando, Gertrude entró en el<br />
cuarto de baño. Sonrió; no mencionó mi pequeña rabieta. Pero tenía mi billetera en la<br />
mano, y dijo: «George, voy a hacer una ampliación <strong>para</strong> tu madre de la fotografía de<br />
licenciatura de Jeff», y empezó a revolver todas las fotografías de la cartera. No me<br />
acordé de nada hasta que, de repente, preguntó: «¿Quién es esta chica»<br />
TC: Y era la damita de Larchmont.<br />
GEORGE: Debería haberle contado toda la historia en aquel mismo momento.<br />
Pero... En cualquier caso, le aseguré que era la hija de un viajero amigo mío. Dije que se