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La escuela es un lugar privilegiado para poder detectar numerosos comportamientosanómalos en los chicos, dado que los alumnos pasan muchas horas en ese ambiente y es allídonde los efectos de la presión tanto de los pares y medios de comunicación, como de loscambios culturales llegan antes que a otros contextos (Saldaña, 2001). Ahora bien, este privilegiose convierte en un handicap para los docentes. Y esto es así porque “para que tengalugar un aprendizaje eficaz en la interacción didáctica deben concurrir una serie de conductasque posibiliten la enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, son muchas las ocasiones en queno ocurre así; algunos alumnos ponen de manifiesto conductas problemáticas que dificultanseriamente su propio aprendizaje y el de los demás compañeros, infringiendo las más elementalesnormas de convivencia en el aula o en el colegio. Este es uno de los problemas másacuciantes con que se encuentra el profesor y que capitaliza su atención en el desempeñodocente. El control de tales conductas supone un difícil reto para el docente ya que, ademásde atender a la faceta puramente instruccional de los contenidos curriculares debe, también,centrar su quehacer tutorial en instaurar correctos hábitos educativos en sus alumnos dentrode un proyecto de educación integral. En este sentido, se hace necesario prestar la máximaatención y conceder la mayor importancia posible a lograr unos comportamientos que posibilitenel aprendizaje y la convivencia escolar, de modo que ambos aspectos resulten mutuamenteconciliables y favorecidos” (Vallés, 1988).Admitiendo que a lo largo de toda la historia educativa, han existido los conflictos decomportamientos infantiles y adolescentes en la escuela como en el hogar, es preciso reconocerque actualmente los docentes se quejan de un incremento exponencial de este tipo deproblemas. Los cambios que ha experimentado la familia como institución, las consecuenciasde la reforma educativa, la crisis de valores y la frecuente exposición a modelos violentosson algunos de los factores que han favorecido ese incremento de situaciones conflictivasen el ambiente social, familiar y/o escolar de la población infantil y adolescente, que padres,profesores e incluso los propios alumnos, con frecuencia no saben resolver satisfactoriamente.Y este aumento es especialmente drástico en las aulas de Educación Secundaria, ya quela escolarización obligatoria ha traído consigo aulas heterogéneas en las que conviven alumnosque parten de niveles de conocimientos diferentes, con distintos ritmos de aprendizaje yen muchos casos (al menos un 20%, según Marchesi, 2000) con una motivación hacia losestudios muy escasa. Además, muchos profesores reconocen que, actualmente, el marco queestablece la aplicación de la Reforma Educativa obliga a adoptar perspectivas de disciplinamuy distintas a las que tradicionalmente se habían empleado, de corte mucho más autoritario(Del Campo, 1999). Ellos mismos reconocen a menudo “la desorientación de sus alumnos,así como el desconocimiento que ellos mismos poseen sobre técnicas y métodos adecuadospara poder hacer frente a la problemática que se les plantea en el aula” (Pérez-Pareja,1993).Son muchas y muy variadas las conductas que se podrían considerar como una trasgresióna lo que el profesor considera como comportamiento adaptado del alumno. Hollins yaen 1955 ofreció un listado de conductas problema en el aula, entre las que podríamos citaramenaza, robos, riñas, falta de respeto, vagancia, acusaciones, desobediencia, hacer novillos,falta de atención, malos modales, trabajos desordenados, retraimiento y charlatanería,

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