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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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Había entrado en una tienda de esos vendedores de la curiosidad. Algunas de estas tiendas han<br />

llegado a ser tan numerosos ahora que está de moda para comprar muebles anticuados. Era un rostro<br />

singular el <strong>del</strong> comerciante: un cráneo enorme brillante como una rodilla y rodeado de una aureola<br />

<strong>del</strong>gada de cabellos blancos.<br />

—¿No va a comprar algo de mí día, señor? Aquí está un malayo kreese con una hoja ondulante:<br />

mira esas ranuras artificial ara que la sangre corra a lo largo, los dientes apretados hacia atrás a fin de<br />

arrancar las entrañas al retirar el arma —dijo el comerciante.<br />

—No, ya tengo armas suficientes; quiero una pequeña figura, algo que sirva de pisapapeles —dije.<br />

Curiosos objetos vi en aquella tienda y hubo uno que llamó mi atención.<br />

—Aquel pie me vendría bien.<br />

—¡Ja, ja! Desea que el pie de la princesa Hermonthis —exclamó el comerciante, con una risita<br />

extraña, fijando sus ojos de lechuza sobre mí— ¡Ja, ja, ja! Para un pisapapeles, una idea original.<br />

—¿Cuanto me cobra por este fragmento de momia?<br />

El viejo comerciante me lo vendió por cinco luises.<br />

—El viejo faraón no debe de estar muy contento cuando descubra que el pie de su amada hija sirve<br />

de pisapapeles —dijo el comerciante.<br />

—Habla usted como si fueras uno de sus contemporáneos. Es usted bastante viejo, pero no tanto<br />

como para remontarse a la época <strong>del</strong> Antiguo Egipto.<br />

Contento con mi nueva adquisición, lo deposité encima de la montaña de papeles que invadía mi<br />

escritorio.<br />

El ambiente estuvo cargado de un fuerte olor a incienso y otras especies naturales de Egipto que el<br />

pie desprendía.<br />

Pronto me bebió profundamente la copa <strong>del</strong> sueño: durante unas horas todo quedó opaco para mí y<br />

la nada me inundó con sus olas sombrías.<br />

Los ojos de mi alma fueron abiertos y me encontré en mi habitación. El olor a mirra e incienso había<br />

aumentado. Mis ojos apuntaron al pie de la momia que saltaba por encima de los papeles como una rana<br />

asustada. De repente vi como los pliegues de las cortinas se agitaban violentamente y de entre ellas<br />

surgió una extraña figura que se dirigía con bellos movimientos femeninos hacia el pie.<br />

Era una joven de tez muy profundo café-marrón y que poseía el más puro tipo egipcio de la belleza<br />

perfecta: tenía los ojos almendrados y oblicuos, con las cejas tan negras que parecían azules, tenía la<br />

nariz exquisitamente tallada, casi griega en su <strong>del</strong>icadeza de líneas.<br />

La joven se acercó al pie y comenzó a hablar.<br />

—Mi pie pequeñito, siempre os tuve bien cuidado. Te lavé con agua perfumada en un cuenco de<br />

alabastro, las uñas fueron cortadas con tijeras de oro y os cubría los dedos con las más bellas sortijas de<br />

todo Egipto.<br />

—Señora mía, bien sabe que ya no le pertenezco. He sido comprado y pagado; el viejo comerciante<br />

sabía a quién pertenecía y él le guarda rencor por haberse negado a casarse con él. Ahora otro amo<br />

tengo —contestó el pie.<br />

—Princesa —exclamé entonces—. Nunca permitiré retener injustamente su pie. Me sentiría triste<br />

pensar que yo fuera la causa de dejar coja a la princesa Hermonthis. Le devuelvo su pie.<br />

La princesa Hermonthis se desenganchó su colgante de pasta verde y me la dio.

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