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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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III<br />

El repaso a la temática desarrollada en los <strong>relato</strong>s fantásticos otorga una vista panorámica de sus<br />

figuras, metáforas y perspectivas literarias. La otredad es un vasto campo de posibilidades y dilemas,<br />

cuya suma constituye todo el tejido metafórico de ese sentimiento de extrañeza que llamamos<br />

fantástico. Sus variantes son enormes, tal vez inabarcables, pero no sus temas medulares. Veamos:<br />

—El fantasma, que regresa al mundo desde el más allá, es la primera y más constante figura de la<br />

literatura fantástica. Proviene de un arraigado terror ancestral que encontramos ya en La Odisea (cuando<br />

Ulises penetra en el Hades y conversa con los muertos), en las sagas islandesas medievales o el teatro<br />

isabelino. Más tarde, a principios <strong>del</strong> XVIII, vuelve a hacer su aparición en el escueto reportaje de<br />

Daniel Defoe, A True Relation of the Apparition of One Mrs. Veal the Next Day after her Death to One<br />

Mrs. Bargrave at Canterbury the 8th of September, y a finales de ese mismo siglo, resurge a borbotones,<br />

con la novela gótica. Sin embargo, las diferencias entre los fantasmas góticos y los modernos son<br />

notorias. En las novelas góticas las apariciones espectrales son más bien almas en pena (vagas<br />

presencias torturadas por un sentimiento de culpabilidad, que reclaman un enterramiento adecuado) o<br />

agentes <strong>del</strong> destino que presagian todo tipo de desastres. Casi todas las apariciones son de almas<br />

penitentes o agentes <strong>del</strong> destino. En cualquier caso, no tienen fuerza individual; forman parte de la<br />

atmósfera de los castillos o los cementerios. Además, nunca tocan a los vivos ni son peligrosos. En<br />

cambio, el fantasma moderno grita, muerde, succiona, estrangula o destroza a sus víctimas. Según M. R.<br />

James, debe ser maligno, pues cuanto más amenazador sea, mayor será su efecto en el lector.<br />

A veces, el fantasma se lamenta y susurra en la niebla, como en La puerta abierta, de Margaret<br />

Oliphant. Otras, está condenado a vagar eternamente por el mundo, como en el cuento medieval <strong>del</strong><br />

Cazador salvaje, cuyo argumento William Austin renueva con originalidad en Peter Rugg: The Missing<br />

Man. La acción puede continuar en el Infierno, como en el <strong>relato</strong> de May Sinclair, Donde el fuego<br />

nunca se apaga, que rejuvenece la visión dantesca. [15]<br />

En ocasiones, el fantasma no es un muerto, sino una imagen espectral proyectada por un hombre<br />

vivo. El folclore británico lo identifica con el wraith. Según dicen, las personas que se encuentran en un<br />

gran peligro envían su propia imagen telepática a sus seres queridos para pedir ayuda o anunciar su<br />

muerte. Una figura de este tipo aparece en La mujer <strong>del</strong> sueño de Wilkie Collins.<br />

El amor es a menudo el núcleo emocional en que se fundan estas historia: Vera de L’Isle-Adam o<br />

Los amigos de los amigos, de Henry James, por poner dos ejemplos. Sin embargo, esta figura puede<br />

enturbiarse y asumir el arquetipo opuesto al sentimiento amoroso, el de la mujer fantasma, negativa y<br />

despiadada que poco a poco va absorbiendo la mente y personalidad de su víctima. En La araña, Hanns<br />

Heinz Ewers teje una lóbrega historia en torno al fatal hechizo que ejerce en un pobre estudiante de<br />

medicina una mujer desde la ventana de la casa de enfrente. El fantasma sigue los movimientos<br />

amatorios de las arañas hembras, que fascinan al mismo tiempo que atemorizan a los machos, para al<br />

final acorralarlos y sorberles las entrañas. [16] En La muerte de Halpin Frayser, de Ambrose Bierce, es la<br />

madre quien retorna en su aspecto más terrorífico para dar otra vuelta de tuerca al tema edípico. En<br />

otras ocasiones, son los celos los que empujan al fantasma a consumar una venganza en el corto espacio

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