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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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vea sufrir así.<br />

Al salir de la tina, demasiado débil para poder secarse, la muchacha echó a un lado la compasiva<br />

mano que Seikichi le ofrecía y se dejo caer al suelo en una agonía, quejándose como presa de una<br />

pesadilla. El despeinado cabello le colgaba sobre el rostro en salvaje maraña. Las blancas plantas de sus<br />

pies se reflejaban en el espejo que había detrás de ella.<br />

Seikichi estaba asombrado <strong>del</strong> cambio que había sobrevenido a la tímida y sumisa muchacha <strong>del</strong> día<br />

anterior, pero hizo lo que le había dicho y se fue a esperar en el estudio. Alrededor de una hora después<br />

volvió, cuidadosamente vestida, con el empapado y alisado cabello cayéndole por los hombros.<br />

Apoyándose en la barandilla <strong>del</strong> balcón, miró al cielo levemente brumoso. Le brillaban los ojos, no<br />

había en ellos ni una huella de dolor.<br />

—Me gustaría ofrecerte también estas pinturas —dijo Seikichi, colocando ante ella los kakemonos<br />

—. Cógelas y vete.<br />

—¡Todos mis antiguos temores se han desvanecido y tú eres mi primera víctima! —Le lanzó una<br />

mirada tan brillante como una espada. Una canción de triunfo sonaba en sus oídos.<br />

—Déjame ver de nuevo tu tatuaje —suplicó Seikichi.<br />

Silenciosamente, la muchacha asintió y dejó resbalar el kimono de sus hombros. Precisamente<br />

entonces su espalda, esplendorosamente tatuada, recibió un rayo de sol y la araña se coronó en llamas.

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