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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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detrás de mí.<br />

Al girarme observé que otro monje entraba en la sacristía: un hombre alto, <strong>del</strong>gado, de barba negra,<br />

en cuya presencia mi viejo amigo de la caja de rapé se volvió de pronto decoroso y devoto. Sospeché<br />

que estaba en presencia <strong>del</strong> padre superior; y supe que había acertado en cuanto se dirigió a mí.<br />

—Soy el padre superior de este convento —dijo con voz serena, nítida, y mirándome de frente<br />

mientras hablaba, con ojos fríos y atentos—. He oído el final de vuestra conversación, y quisiera saber<br />

por qué está usted tan ansioso por ver el trozo de papel que iba prendido al abrigo <strong>del</strong> muerto.<br />

La frescura con que confesaba haber oído, y la actitud tranquilamente imperiosa con que planteó la<br />

pregunta final, me dejaron asombrado y perplejo. No sabía bien qué tono emplear para contestarle.<br />

Observó mi vacilación, y atribuyéndola a un motivo equivocado, le hizo una seña al viejo capuchino<br />

para que se retirara. Acariciándose con gesto humilde su larga barba gris, y consolándose a escondidas<br />

con una porción <strong>del</strong> «espléndido rapé», mi venerable amigo salió <strong>del</strong> cuarto arrastrando los pies, con<br />

una profunda reverencia desde la puerta, antes de desaparecer.<br />

—Y ahora, caballero —dijo el padre superior, frío como siempre—, aguardo su respuesta.<br />

—Se la daré con la mayor brevedad posible —dije, contestando en su mismo tono—. He<br />

descubierto, para mi disgusto y horror, que hay un cadáver sin enterrar en una dependencia de este<br />

convento. Creo que ese cadáver es el cuerpo de un caballero inglés de rango y fortuna, que fue muerto<br />

en un duelo. He venido a esta región, con el sobrino y único pariente <strong>del</strong> muerto, con el propósito<br />

expreso de recobrar sus restos; y deseo ver el papel que se encontró en su cuerpo, porque creo que ese<br />

papel lo identificará ante el pariente a quien me acabo de referir. ¿Encuentra lo bastante directa mi<br />

respuesta? ¿Y piensa darme permiso para ver el papel?<br />

—Su respuesta me satisface, y no veo motivo alguno para negarle que vea el papel —dijo el padre<br />

superior—. Pero antes tengo algo que decir. Al hablar de la impresión que le produjo la visión <strong>del</strong><br />

cadáver, usted empleó las palabras «disgusto» y «horror». Tal libertad de expresión respecto a lo que ha<br />

visto en el recinto de un convento, me prueba que está usted fuera <strong>del</strong> seno de la Santa Iglesia Católica.<br />

En consecuencia no tiene derecho a esperar ninguna explicación; pero aun así se la daré, como un favor.<br />

El hombre asesinado murió, sin absolución, en pecado mortal. Deducimos eso <strong>del</strong> papel que<br />

encontramos en su cadáver; y por la evidencia que nos dieron nuestros propios ojos y oídos, sabemos<br />

que fue muerto en los terrenos de la Iglesia, y durante el acto de cometer una violación directa de las<br />

leyes especiales contra el crimen <strong>del</strong> duelo, cuyo cumplimiento estricto ha sido pedido por el propio<br />

Padre Santo a todos los fieles de su reino, mediante cartas firmadas por su mano. El terreno de dentro<br />

<strong>del</strong> convento está consagrado; y nosotros los católicos no acostumbramos a enterrar a los proscriptos de<br />

nuestra religión, los enemigos de nuestro Padre Santo, los violadores de nuestras leyes más sagradas, en<br />

terreno consagrado. Fuera <strong>del</strong> convento no tenemos derechos ni poderes; y si los tuviéramos,<br />

recordaríamos que somos monjes, no sepultureros, y que el único entierro <strong>del</strong> que podemos<br />

preocuparnos nosotros, es <strong>del</strong> de los creyentes de la Iglesia. Esa es toda la explicación que creo<br />

necesario dar. Aguárdeme aquí, y verá el papel.<br />

Con tales palabras el padre superior abandonó el cuarto con la misma serenidad con que había<br />

entrado en él.<br />

Apenas tuve tiempo de meditar aquella explicación amarga y poco elegante, y de sentirme un poco<br />

irritado por el modo de hablar y la conducta de la persona que me la había dado, cuando ya estaba una

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