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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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frecuencia costaba no sólo altos rescates sino también el derramamiento de sangre desesperada. Esta<br />

superstición, si así quieres llamarla, nunca ha desaparecido de la familia desde esa época hasta hoy;<br />

durante siglos la sucesión de los muertos en la cripta de la Abadía ha sido continua, absolutamente,<br />

hasta ahora. El lugar mencionado en la predicción, que espera ser ocupado, es el de Stephen Monkton;<br />

la voz que clama vanamente a la tierra pidiendo refugio es la voz <strong>del</strong> muerto. ¡Con tanta seguridad<br />

como si lo viera, sé que lo han dejado sin enterrar sobre el suelo donde cayó!<br />

Me detuvo antes de que pudiera emitir una sola palabra de protesta, levantándose lentamente y<br />

señalando en la misma dirección hacia la que habían vagado sus ojos un momento antes.<br />

—Puedo adivinar lo que quieres preguntarme —exclamó, con voz firme y clara—. Quieres<br />

preguntarme cómo puedo estar tan loco como para creer en una profecía barata, dicha en una época de<br />

superstición para asustar a los oyentes más ignorantes. Te contesto —ante estas palabras su voz se<br />

apagó bruscamente hasta convertirse en un susurro—. Te contesto que porque el propio Stephen<br />

Monkton está de pie allí en este momento, confirmando lo que creo.<br />

Si fue por el sobrecogimiento y el terror que se asomaban horriblemente a su rostro cuando me<br />

miró, o si fue por el hecho de que hasta entonces yo nunca había creído <strong>del</strong> todo los rumores acerca de<br />

su locura, y que la convicción de que decían la verdad se me imponía ahora de pronto, no lo sé, pero<br />

sentí que se me helaba la sangre mientras él hablaba, y supe en el fondo de mi corazón, allí sentado sin<br />

decir una palabra, que no me atrevía a girarme y mirar el lugar que él señalaba, cerca de mí.<br />

—Veo allí —prosiguió con la misma voz susurrante—, la figura de un hombre de tez oscura, con la<br />

cabeza descubierta. Una de sus manos, que aún sostiene una pistola, ha caído junto a su costado; la otra<br />

aprieta un pañuelo ensangrentado sobre su boca. El espasmo de la agonía contorsiona sus rasgos, pero<br />

reconozco en ellos los de un hombre moreno que me asustó dos veces alzándome entre sus brazos<br />

cuando niño, en la Abadía de Wincot. Esa vez pregunté a las niñeras quién era ese hombre, y me dijeron<br />

que mi tío, Stephen Monkton. Claramente, como si estuviera vivo, lo veo ahora junto a ti, con el<br />

resplandor de la muerte en sus grandes ojos negros; y así lo he visto desde el momento en que le<br />

dispararon. ¡En casa y en el extranjero, despierto o dormido, día y noche, siempre estamos juntos<br />

dondequiera que yo vaya!<br />

Su voz descendió hasta ser un murmullo casi inaudible cuando pronunció las últimas palabras. A<br />

juzgar por la dirección y la expresión de sus ojos sospeché que hablaba con el aparecido. Si yo hubiese<br />

podido contemplarlo en ese momento, creo que habría sido un espectáculo menos horrible de presenciar<br />

que verlo a él como lo veía entonces, murmurando palabras incoherentes al vacío. Mis propios nervios<br />

estaban más sacudidos de lo que habría creído posible. Me invadió un vago temor de estar cerca de él<br />

dado su estado de ánimo, y retrocedí uno o dos pasos.<br />

Advirtió mi acción de inmediato.<br />

—¡No te vayas! ¡Por favor, por favor, no te vayas! ¿Te he alarmado? ¿No me crees? ¿Las luces<br />

hacen que te duelan los ojos? Sólo te pedí que te sentaras a la luz de las velas porque no podía soportar<br />

ver la luz que siempre irradia el fantasma en el crepúsculo, cayendo sobre ti mientras estabas sentado en<br />

la penumbra. ¡No te vayas… no me abandones aún!<br />

Había un desamparo absoluto, una desdicha indecible en su rostro cuando dijo esas palabras, lo cual<br />

me devolvió el control de mí mismo mediante el sencillo proceso de producirme, antes que nada,<br />

piedad. Volví a ocupar mi silla, y dije que me quedaría con él todo el tiempo que deseara.

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