22.03.2017 Views

(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

privilegiado en la sociedad napolitana, porque es inglés, apuesto, y dispone de treinta mil libras anuales.<br />

Va por todas partes bajo la impresión de que puede encontrar a alguien que conozca el secreto <strong>del</strong> sitio<br />

donde se llevó a cabo el misterioso duelo. Si te lo presentan, con seguridad te preguntará si sabes algo<br />

sobre el asunto; pero cuídate de seguir con el tema después de contestarle, a menos que quieras<br />

asegurarte de hacerle perder los estribos. En ese caso no tienes más que hablarle de su tío, y sin más<br />

trámite el resultado te dejará más que satisfecho.<br />

Uno o dos días después de esta conversación con mi amigo el agregado, encontré a Monkton en una<br />

reunión nocturna.<br />

En cuanto oyó mencionar mi nombre su rostro enrojeció; me llevó a un rincón, y haciendo<br />

referencia a su fría acogida, años atrás, de mis intentos por hacer amistad con él, me pidió que lo<br />

disculpara por lo que denominó una ingratitud imperdonable, con una seriedad y una agitación que me<br />

asombraron por completo. Acto seguido me interrogó, como había predicho mi amigo, acerca <strong>del</strong> sitio<br />

<strong>del</strong> duelo.<br />

Un cambio extraordinario sobrevino en él mientras me interrogaba sobre la cuestión. En vez de<br />

mirarme a la cara como lo habían hecho hasta entonces, sus ojos se apartaron y se fijaron con<br />

intensidad, casi con ferocidad, o en la pared perfectamente vacía que estaba junto a nosotros, o en el<br />

espacio vacío entre la pared y nosotros: era imposible determinarlo. Yo había llegado a Nápoles desde<br />

España en barco, y se lo dije en breves palabras, como el mejor modo de hacerle saber que no podía<br />

ayudarlo en su búsqueda. No siguió con el asunto; y recordando la advertencia de mi amigo, cuidé de<br />

llevar la conversación a temas generales. Me miró otra vez de frente, y mientras estuvimos en nuestro<br />

rincón, sus ojos no volvieron a dirigirse en ningún momento hacia la pared vacía o al espacio que había<br />

junto a nosotros.<br />

Aunque más dispuesto a escuchar que a hablar, su conversación, cuando hablaba, no tenía rastros de<br />

la menor demencia. Era evidente que había leído, no sólo en general, sino también en profundidad, y<br />

podía aplicar sus lecturas con singular felicidad para ilustrar casi cualquier tema en discusión, sin<br />

imponer su conocimiento de modo absurdo, ni ocultarlo con afectación. Su comportamiento era de por<br />

sí una protesta firme contra un apodo como «Monkton el Loco». Era tan tímido, tan sereno, tan<br />

compuesto y gentil en todos sus actos, que a veces me sentía casi inclinado a llamarlo afeminado. En la<br />

primera noche de nuestro encuentro tuvimos una larga charla; después nos vimos con frecuencia, y no<br />

perdimos una sola oportunidad de mejorar nuestras relaciones. Yo sentía que él se había aficionado a<br />

mí; y a pesar de lo que había oído acerca de su conducta con la señorita Elmslie, a pesar de las<br />

sospechas que la historia de su familia y su propia conducta habían emplazado contra él, «Monkton el<br />

Loco» empezó a gustarme tanto como yo le gustaba a él. Cabalgamos juntos por la campiña en más de<br />

una oportunidad, y con frecuencia navegábamos a vela a lo largo de las costas de la bahía. Excepto dos<br />

excentricidades de su comportamiento, que yo no podía comprender, pronto me habría sentido tan<br />

cómodo en su compañía como en la de mi propio hermano.<br />

La primera excentricidad consistía en la reaparición en varias ocasiones de la extraña expresión de<br />

sus ojos, que yo había visto por primera vez cuando me preguntó sí sabía algo sobre el duelo. Sin<br />

importar de qué hablábamos, o dónde estuviéramos, había momentos en que de pronto apartaba los ojos<br />

de mi cara, ya fuera a un lado o al otro, pero siempre hacia donde no había nada que ver, y siempre con<br />

la misma intensidad y ferocidad en la mirada. Esto se parecía tanto a la locura —o al menos a la

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!