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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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Como un niño en la cuna o sobre la espalda de su madre, se tambaleaba sobre los hombros de sus<br />

porteadores; un niño dormido sobre la espalda de su madre, en el campo, bajo un sol de fuego, los ojos<br />

cerrados por una reconfortante fatiga, sintiendo tan sólo la ardiente luz <strong>del</strong> sol sobre su piel, sobre sus<br />

miembros entumecidos, sobre sus párpados firmemente abatidos.<br />

Aturdido por tanta luz y por estos olores, en el límite entre la conciencia y el desmayo, escuchaba la<br />

oraciones y los cánticos de los peregrinos, el coro angelical de las voces de los niños y el chirrido de los<br />

instrumentos, el gemido de las cítaras y el plañido de las flautas, flotando en la pleamar de la canción<br />

que resonaba, al son de los clarines de los ángeles.<br />

Salpicado por oleadas de voces cada vez nuevas, voces <strong>del</strong> gentío, lamentos y llantos, maldiciones y<br />

súplicas, llevado a alas de olores cada vez nuevos, olores a gentío y a sudor, que de repente invadieron<br />

su olfato, en el momento en que la sangre caliente y roja <strong>del</strong> sol empezó a correr, atravesando el hielo de<br />

su cuerpo embalsamado por la humedad y las tinieblas, sintió el olor de sus porteadores, el olor de sus<br />

cabezas afeitadas y de sus axilas agrias, igual que sintió el olor olvidado de las reses en el momento en<br />

que los trasladaron a los tres a un carro de bueyes, en el que habían extendido unas mullidas pieles de<br />

oveja.<br />

La cabeza apoyada sobre mullidas almohadas, yacía en el carro como en una barca, y escuchaba el<br />

chirrido de las ruedas, un chirrido lento y perezoso, que se confundía con los cantos y los lamentos.<br />

Cuando entreabrió sus párpados abatidos en los que se imprimió la luz <strong>del</strong> día, haciendo una incisión en<br />

el glóbulo <strong>del</strong> ojo, como si fuera un filo de acero, vio a su lado, a su izquierda y a su derecha, los rostros<br />

de Juan y de su amigo Malus, unos rostros mudos y sin expresión, como lo estaba sin duda el suyo, vio<br />

sus ojos entreabiertos y clavados, los de ellos también, en el azul <strong>del</strong> cielo como si fuera el milagro de la<br />

creación.<br />

¿Era también esto un sueño? Esta cálida inmovilidad y esta súbita tranquilidad, esta infantil e<br />

inocente entrega al sol y a la luz <strong>del</strong> día, estos ojos vueltos hacia la bóveda celestial, hacia la azul<br />

bóveda celestial, ya sin una nube, la bóveda celestial de un azul olvidado, un azul reconfortante, de un<br />

azul milagroso. ¿Era también un sueño?<br />

Y sintió la alegría de su cuerpo liberado de esa húmeda, viscosa, peguntosa capa de tinieblas, la<br />

infantil alegría de la carne, de las entrañas y de los huesos, la alegría de la médula ósea y de la médula<br />

espinal, una alegría animal, una alegría de batracio, de serpiente, cuando el cuerpo, sufriendo los<br />

dolores <strong>del</strong> parto, se libra de su muda de oscuridad, de su capa de humedad y de moho, de su dura piel<br />

de tinieblas húmedas e intemporales, que penetraban por los poros húmedos e intemporales, hasta la<br />

sensible y sangrienta epidermis, y se infiltraban por el cuerpo como el veneno de la serpiente hasta la<br />

carne, hasta los huesos, hasta la médula ósea, siguiendo los mismos caminos por los que fluía la cálida<br />

luz <strong>del</strong> sol.<br />

¿Era acaso un sueño? Este baño de sol que extraía las tinieblas de su médula ósea, esta exudación<br />

<strong>del</strong> cuerpo que expulsaba por los poros el verde veneno de la serpiente, para que volviera a su cuerpo la<br />

luz de la vida, la savia vital, para que la sangre recobrara su color rojo.<br />

¿Acaso era también esto un sueño, este momento en el que se abrió ante ti la pesada roca de su<br />

caverna-tumba, y en el que le iluminó la luz celestial?

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