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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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—Dios mío, no crea que estamos cogidos en la trampa, señor. De una patada, podría reducir esta<br />

hipócrita puerta a astillas.<br />

—Prueba primero si puedes abrirla con las manos —dije yo, desembarazándome de mi aprensión—,<br />

mientras yo abro las ventanas y miro al exterior.<br />

Quité los seguros de los postigos; la ventana se abría al patio que he descrito ya; no había ningún<br />

saliente visible, que cortara el corte a pico de la pared. El que bajara por aquella ventana, no se<br />

detendría antes de caer en las piedras <strong>del</strong> patio.<br />

F… entre tanto, había tratado vanamente de abrir la puerta. Daba vueltas a mí alrededor, y me pidió<br />

permiso para emplear la fuerza. Y debo reconocer con toda justicia, que lejos de despertarse en él<br />

terrores supersticiosos, la tranquilidad de sus nervios y su alegría inquebrantable en circunstancias tan<br />

extrañas, excitaron mi admiración, y tuve, que felicitarme por tener un compañero tan bien adaptado a<br />

todas las situaciones.<br />

Le di, contento, el permiso que pedía. Pero aunque era un hombre de una fuerza poco común, su<br />

fuerza fue tan inútil como su empeño. La puerta permaneció inquebrantable, a pesar de los vigorosos<br />

golpes. Jadeante y palpitando, se detuvo. Me encarnice a mi vez con a puerta, pero en vano. Cuando<br />

abandoné, la sensación de horror me anegó nuevamente, pero ahora era un horror más frío y más<br />

obsesionante. Experimentaba como si una extraña y terrible exhalación se desprendiera de las<br />

hendiduras de aquel rugoso parquet, y llenara la atmósfera de una perniciosa influencia hostil a la vida<br />

humana. La puerta ahora se estaba abriendo otra vez, tranquilamente, como por su propia voluntad. Nos<br />

precipitamos al rellano. Vimos los dos una enorme luz pálida, que se movía <strong>del</strong>ante de nosotros, y subía<br />

las escaleras desde el rellano hacia las azoteas.<br />

Yo seguí al resplandor, y mi criado me siguió a mí. La luz entró a la derecha <strong>del</strong> rellano, en un<br />

granero cuya puerta estaba abierta. Yo entré al mismo tiempo. La luz se condensó en un minúsculo<br />

glóbulo excesivamente vivo y brillante; se inmovilizó un instante sobre una cama, en un rincón, luego<br />

se puso a temblar y desapareció. Nos acercamos a la cama y la examinamos; era una cama de dosel<br />

como se encuentran en los graneros reservados a los criados. Sobre la cómoda que había al lado,<br />

descubrirnos un viejo chal de seda muy estropeado, con una aguja olvidada en un desgarrón a medio<br />

coser.<br />

El chal estaba cubierto de polvo, probablemente había pertenecido a la vieja que había muerto hacía<br />

poco en la casa, y aquella podía ser su habitación. Tuve la curiosidad de abrir los cajones; en ellos<br />

hablan viejos restos de ropas de mujer, y dos cartas atadas por una estrecha cinta de seda, de un amarillo<br />

endeble. Me tomé la libertad de apoderarme de las cartas. No encontramos en la habitación ninguna otra<br />

cosa digna de interés y la luz no volvió a aparecer. Pero oírnos claramente, cuando nos disponíamos a<br />

salir, un ruido de pasos sobre el suelo, justamente <strong>del</strong>ante de nosotros. Recorrimos las otras buhardillas,<br />

y los pases nos precedieron. No había nada que ver, sólo el ruido de pasos. Tenía las cartas en la mano.<br />

Cuando bajábamos las escaleras, noté claramente que algo rozaba mi muñeca y advertí como un ligero<br />

esfuerzo para quitarme las cartas. No hice otra cosa sino apretarlas y el esfuerzo cesó. Volvimos a la<br />

habitación, y entonces me di cuenta de que mi perro no nos había seguido. Estaba acurrucado junto al<br />

fuego, y temblaba. Yo estaba impaciente por examinar las cartas, y mientras leía, mi criado abrió una<br />

cajita donde había dejado las armas que yo le había ordenado que llevara. Las cogió, las dejó sobre la<br />

mesita a la cabecera de mi cama, y se puso a apaciguar al perro, que pareció no ocuparse demasiado de

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