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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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toda su literatura brota de su propia subjetividad. Su mundo es todo menos natural. Sus personajes<br />

carecen de los rasgos propios de la vida, de lo humano, de la psicología mundana; son lo contrario <strong>del</strong><br />

espejo <strong>del</strong> mundo. Constituyen el reflejo oscuro de la melancolía de su alma, que sólo irradia imágenes<br />

poderosas e insólitas de horror y fatum. Imágenes que siempre resuenan en nuestro interior, como si<br />

activaran inmediatamente lo inconsciente mediante una emoción basada en el reconocimiento.<br />

Esto mismo se puede aplicar con toda probidad al otro gran escritor norteamericano de la primera<br />

mitad <strong>del</strong> XIX: Nathaniel Hawthorne (1804-1864). Nacido en Salem, vivió toda su vida bajo los<br />

auspicios puritanos de su rígida ciudad natal. Su bisabuelo había sido uno de los jueces de aquellos<br />

feroces procesos de brujería en los que se ejecutó a muchos inocentes, pero Nathaniel fue un hombre<br />

amable y tímido. Algunos de sus mejores cuentos ensayan la alegoría, una modalidad que artísticamente<br />

comporta muchos riesgos, pero que él llevó a cabo con fortuna. Hawthorne aborda el tema de la<br />

naturaleza <strong>del</strong> Mal, que sentía en su alma como una poderosa fuerza sobrenatural que acecha en cada<br />

recodo <strong>del</strong> camino. Lo demuestran sus excelentes <strong>relato</strong>s fantásticos de carácter alegórico como<br />

Rappaccini’s Daughter, inspirado en su mujer; The Great Stone Face, sobre el tema <strong>del</strong> doble, o Dr.<br />

Heidegger’s Experiment, en el que un viejo científico propone a sus huéspedes resucitar una rosa que<br />

yace seca desde hace más de cincuenta años. El cuento elegido para esta antología, El negro velo <strong>del</strong><br />

pastor (The Minister’s Black Veil), está basado en un suceso verídico sin ningún acontecimiento<br />

sobrenatural. El pastor de una iglesia de Nueva Inglaterra decide cubrirse el rostro con un velo negro<br />

que sólo deja la boca al descubierto. Un espantoso pecado ha hecho que su rostro sea indigno de<br />

mostrarse a los ojos de Dios, y no se quita el velo ni para dormir. Esta sencilla y turbadora imagen<br />

naturalmente desata el horror entre sus feligreses, que reaccionan como si este misterioso símbolo<br />

revelara la secreta iniquidad de todos los pensamientos y obras que cada uno esconde. Así, esta negra<br />

sombra que separa al pastor <strong>del</strong> resto <strong>del</strong> mundo será el detonador <strong>del</strong> magnífico efecto numinoso <strong>del</strong><br />

cuento, que no guarda ninguna causa explícita de naturaleza sobrenatural sino que se debe a un simple<br />

velo que suscita tenebrosas sospechas.<br />

Es opinión unánime que el Romanticismo español empieza con el estreno en Madrid de Don Álvaro<br />

o la fuerza <strong>del</strong> sino en 1835, cuando en Francia ya aparecían los primeros posrománticos. En virtud de<br />

lo poco que caló la Ilustración en España, cabe preguntarse sin ironía de ningún género, ¿cómo pudo<br />

entonces haber Romanticismo? Amordazado por la censura y precariedad, el público español fue muy<br />

distinto al de los países europeos antes mencionados, cuya sociedad próspera y madura estaba sedienta<br />

de novelas que reflejaran sus inquietudes. No deja de ser pesarosamente curioso que España, el país en<br />

donde prácticamente se inventó la novela con El Quijote, hubiera perdido a partir <strong>del</strong> XVIII todo su<br />

magisterio literario. La carencia, a partir <strong>del</strong> Siglo de la Luces, de un público amplio y bien formado,<br />

que estuviera al corriente de las exigencias de los nuevos tiempos, es en gran medida la causa de su<br />

escuálida situación. Sin público no hay arte, porque los artistas son la consecuencia <strong>del</strong> ambiente<br />

cultural en el que respiran. Así pues, el Romanticismo español —hecho a imitación <strong>del</strong> europeo— fue<br />

parco y tardío.<br />

En cuanto al <strong>relato</strong> sobrenatural, en 1831 se publica Galería fúnebre de espectros y sombras<br />

ensangrentadas, de Agustín Pérez Zaragoza, quien ostenta el honroso mérito literario de haber<br />

introducido la novela gótica en España con un atraso de cuarenta años. En realidad, el único autor<br />

español de relieve internacional de aquella época es el poeta Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870),

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