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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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13<br />

Ahora, de nuevo en la oscuridad de la caverna, podía recordar todo esto con una claridad dolorosa,<br />

porque su cuerpo helado recordaba el calor, porque su sangre recordaba la luz, porque su ojo recordaba<br />

el azul <strong>del</strong> cielo, porque su oído recordaba los cánticos y las flautas.<br />

Y he aquí que todo era de nuevo silencio, todo eran de nuevo tinieblas, todo era de nuevo<br />

entorpecimiento e inmovilidad, ausencia de movimiento y ausencia de luz, y sin embargo recordaba la<br />

luz, la recordaba con frío y con nostalgia en su carne, con un recuerdo que le bacía temblar, como<br />

entonces, en aquel sueño o en aquella realidad, cuando le había acariciado la luz <strong>del</strong> sol, cuando el sol<br />

se había posado sobre sus hombros, había arropado sus riñones, cuando en aquel sueño o en aquella<br />

realidad había germinado en sus entrañas, corrido por su sangre, calentado sus huesos.<br />

Y he aquí que todo era de nuevo sepultura <strong>del</strong> cuerpo y cárcel <strong>del</strong> alma, reino de las tinieblas,<br />

palacio mohoso, de un moho verde que había invadido su corazón y su piel, su médula ósea y su médula<br />

espinal, y en vano intentaba comprobar, en vano tocaba con sus dedos secos y entumecidos la roca<br />

húmeda y helada de la caverna, en vano se le abrían los ojos hasta desorbitarse, en vano los tocaba con<br />

los dedos para comprobar si todo esto no era un sueño y una quimera, este silencio acribillado por el<br />

goteo de un agua invisible por la bóveda invisible de la caverna, esta oscuridad mordisqueada por el<br />

tenue rumor <strong>del</strong> agua, en vano aguzaba el oído para captar el sonido de los cantos y el lamento de las<br />

flautas, para oír los cantos que aún recordaba intensamente, que su cuerpo recordaba.<br />

Nada; sólo el eco vacío <strong>del</strong> silencio y el sonoro silencio de la caverna; el sonido <strong>del</strong> silencio, el<br />

silencio <strong>del</strong> tiempo. La luz de las tinieblas. El agua <strong>del</strong> sueño. El agua.<br />

14<br />

El carro entró traqueteando en la ciudad y por encima de su cabeza, a lo alto, se alzaron las bóvedas<br />

de las puertas de la ciudad, hendiendo por un instante el azul <strong>del</strong> cielo con sus arcos de piedra al alcance<br />

de sus manos que yacían inmóviles a lo largo de su cuerpo entumecido, casi muerto.<br />

En los sitios donde la piedra estaba agrietada aparecían en los arcos algunas briznas de hierba verde,<br />

dos o tres briznas verdes, o simplemente una raíz blanca y ramificada, o una hoja corroída de algún<br />

helecho salvaje que crecía en el mismo corazón de la piedra; ¡no, esto no era un sueño! Este sol hendido<br />

por rayas de sombra bajo las bóvedas de las puertas de la dudad, este helecho, esta hierba, este musgo al<br />

alcance de sus manos; no, esto no era un sueño.<br />

Porque se puede soñar con el cielo, el agua, el fuego, se puede soñar con el hombre y la mujer, sobre<br />

todo con la mujer, se puede soñar un sueño despierto y un sueño en sueños, pero estoy seguro que no<br />

era un sueño, esta piedra blanca tallada, estas bóvedas, esta dura ciudad.<br />

15<br />

El carro al que estaban uncidos los bueyes los transportaba, chirriando y traqueteando, por debajo de<br />

las bóvedas de las puertas de la ciudad, atravesando las sombras de las casas situadas a ambos lados <strong>del</strong>

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