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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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muchedumbre se habían callado <strong>del</strong> todo, el chirrido <strong>del</strong> carro había cesado, el rechinar y el roce <strong>del</strong><br />

bastidor. Los rayos de sol que antes caían sesgados sobre su rostro se habían desvanecido, interceptados<br />

por el techo, invisible para él, de algún porche. Su cuerpo descansaba sobre la mullida piel de oveja, y el<br />

olor de la lana invadía su olfato, y el olor a ciprés y a cipresal, y el olor <strong>del</strong> día soleado, y los calientes,<br />

embriagantes olores <strong>del</strong> mar.<br />

Su cuerpo entumecido, arrullado hasta entonces como en una cuna por el chirrido de las ruedas y la<br />

mecedura <strong>del</strong> carro, sus huesos ligeros, sus entrañas vacías, su corazón adormecido, su piel seca, se<br />

entregaban ahora a la quietud <strong>del</strong> cuerpo, el una respiración sosegada; se sentía como un niño recién<br />

despertado.<br />

¡No, esto no era un sueño, esta quietud, esta iluminación!<br />

18<br />

Pero antes de que mirara a su izquierda y a su derecha, incluso antes de que se preguntara si todo<br />

esto era un sueño, incluso antes de que pudiera entender la prodigiosa asunción de su cuerpo en el baño<br />

oloroso de este día de verano, recordó el dulce nombre de Prisca y su cuerpo quedó inundado en un<br />

instante de bienestar, y el aire exhaló un perfume a rosas.<br />

¡Oh alegría!<br />

Y el mero recuerdo que su cuerpo y su corazón tenían de este instante de paz, de esta oleada de<br />

emoción, entonces, ante la puerta <strong>del</strong> palacio, cuando la muchedumbre se hubo callado <strong>del</strong> todo y hubo<br />

cesado el chirrido <strong>del</strong> carro, y cuando se le clavó en el alma el dulce nombre de Prisca, cuando sintió el<br />

perfume a rosas, este momento volvió a despertar en él, en la oscuridad de la caverna, en el sepulcro de<br />

la eternidad, una turbia y lejana felicidad, le rozó el aliento <strong>del</strong> recuerdo, le inundó el cuerpo de una luz<br />

y un calor lejanos, y luego todo se volvió pesar de su alma y tinieblas <strong>del</strong> tiempo.<br />

19<br />

Yacía en la oscuridad de la caverna y los ojos se le abrían en vano hasta desorbitarse, en vano<br />

llamaba a Malus, su amigo, en vano Llamaba a Juan, el bienaventurado pastor, en vano llamaba a<br />

Quitmir, el perro de ojos verdes, en vano llamaba a su Señor; la oscuridad era densa como la pez, el<br />

silencio era el silencio <strong>del</strong> sepulcro de la eternidad. Sólo se oía el goteo <strong>del</strong> agua por las bóvedas<br />

invisibles, sólo la molienda de la eternidad en la clepsidra <strong>del</strong> tiempo.<br />

¡Ah! ¿Quién pudiera deslindar el sueño de la realidad, el día de la noche, la noche <strong>del</strong> alba, los<br />

recuerdos de las quimeras?<br />

¿Quién pudiera colocar un hito visible entre el sueño y la muerte?<br />

¿Quién pudiera, oh Señor, marcar los lindes y colocar hitos visibles entre el presente, el pasado y el<br />

futuro?<br />

¿Quién pudiera, Señor, separar la alegría <strong>del</strong> amor de la tristeza <strong>del</strong> recuerdo?<br />

Bienaventurados, Señor, los que esperan, porque sus esperanzas se verán realizadas.<br />

Bienaventurados, Señor, los que saben distinguir el día de la noche, porque gozarán <strong>del</strong> día y

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