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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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menos a otro miembro de la casa: se oía andar al coronel de un lado para otro en calcetines, en la<br />

habitación de arriba, soltando gruñidos.<br />

Aunque este viento se había levantado súbitamente, no amainó de repente: siguió soplando,<br />

gimiendo, arremetiendo contra el edificio; de cuando en cuando dejaba oír lamentos tan lastimeros,<br />

como decía Parkins con su usual objetividad, que muy bien pudo llenar de temores a las personas<br />

demasiado imaginativas; y aun las que carecían por completo de imaginación, pensó un cuarto de hora<br />

después, se habrían sentido más a gusto sin él. Estuvo con los ojos abiertos lo bastante como para creer<br />

(como me había sucedido a mí muchas veces en situaciones parecidas) que sufría toda clase de<br />

trastornos fatales: se dedicó a contar los latidos de su corazón, convencido de que se le iba a parar de un<br />

momento a otro, y a concebir las más graves sospechas en torno a sus pulmones, a su cerebro, a su<br />

hígado, etc…, sospechas que se disiparían, estaba seguro, con la llegada <strong>del</strong> nuevo día, pero que<br />

entretanto se negaban a dejarle tranquilo. Encontraba cierto consuelo en saber que había alguien más en<br />

la misma situación. Alguien que ocupaba una habitación vecina, sin duda (no era fácil decir de qué lado,<br />

dada la oscuridad), porque se movía y hacía crujir la cama también.<br />

Luego Parkins cerró los ojos y trató de dormir. Entonces su sobreexcitación adoptó una nueva<br />

forma: comenzaron a representársele escenas en la imaginación. Experto crede, las escenas acuden a<br />

uno cuando mantiene los ojos cerrados intentando dormir, y a veces son tan desagradables que se ve<br />

obligado a abrirlos para disiparlas. Sin embargo, la experiencia de Parkins a este respecto fue<br />

tremendamente desalentadora. La escena representada se repetía con insistencia. Al abrir los ojos, como<br />

es natural, desaparecía, pero cuando los cerraba volvía nuevamente a desarrollarse igual que antes, ni<br />

más deprisa ni más despacio. Y era la siguiente:<br />

Una gran extensión de playa, una franja arenosa bordeada de grava y cruzada por una serie de<br />

negros muros de contención dispuestos perpendicularmente con respecto al agua… La escena era muy<br />

parecida, de hecho, a la <strong>del</strong> paseo de esa misma tarde, pero como no encontraba en ella detalle<br />

particular, no le era posible identificarla. Reinaba una luz tenebrosa, y daba la impresión a la vez de<br />

tormenta, de noche de finales de invierno, y de fría llovizna. Al principio no se veía a nadie en ese<br />

paisaje desolado. Luego, a lo lejos, aparecía algo; un momento después ese algo se concretaba en la<br />

figura de un hombre corriendo, saltando, brincando por encima de los muros de contención y<br />

volviéndose de cuando en cuando hacia atrás para mirar con inquietud. Cuanto más se acercaba, más<br />

parecía que estaba, no ya inquieto, sino terriblemente asustado, aun cuando no se le distinguía la cara.<br />

Estaba, además, casi a punto de caer sin fuerzas.<br />

Seguía corriendo; cada obstáculo que se le cruzaba parecía salvarlo con más dificultad que el<br />

anterior. «¿Podrá saltar el siguiente?», pensó Parkins. «Parece más alto que los otros». Sí, medio<br />

trepando, medio arrojándose después desde arriba, subió y cayó como un fardo al otro lado (más<br />

cercano <strong>del</strong> espectador). Allí, junto al muro de contención, como si fuese imposible levantarse otra vez,<br />

se quedó, a cuatro patas, mirando con un gesto de angustiosa ansiedad. Hasta aquí no se veía causa<br />

alguna que provocara el miedo <strong>del</strong> que corría, pero luego empezaba a divisarse a lo lejos, en la playa, el<br />

corretear de un bultito fosforescente que se movía con gran agilidad y de manera irregular. A medida<br />

que se hacía más grande, se iba perfilando como una figura borrosa, vestida de flotantes ropajes. Tenía<br />

algo su manera de moverse que le quitaba a Parkins todo deseo de verla de cerca. Se detenía, alzaba los<br />

brazos, se inclinaba sobre la arena, corría después completamente encorvada por la playa, hasta llegar al

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