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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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manifestado hacía muchos años en la señora Monkton, que era la prima de su esposo. La dolencia,<br />

como la llamaban significativamente, se había visto paliada por un cuidadoso tratamiento y se había<br />

producido su remisión. Pero mi padre no se hacía ilusiones. Sabía dónde acechaba aún el rasgo<br />

hereditario; contemplaba con horror la mera posibilidad de su reaparición en los hijos de la única hija de<br />

su amigo; y negó decididamente su consentimiento al compromiso matrimonial.<br />

El resultado fue que le cerraron las puertas de la Abadía y de la casa de la señora Elmslie. Esta<br />

suspensión de las amistosas relaciones había durado un breve período cuando murió la señora Monkton.<br />

Su esposo, que la quería mucho, pescó un violento resfriado mientras asistía al funeral. El resfriado fue<br />

descuidado, y le atacó los pulmones. En pocos meses siguió a su esposa a la tumba, y Alfred quedó<br />

dueño de la magnífica y antigua Abadía, y las buenas tierras que la rodeaban.<br />

En esta época la señora Elmslie tuvo la in<strong>del</strong>icadeza de tratar de obtener por segunda vez el<br />

consentimiento de mi padre para el compromiso matrimonial. Este se negó una vez más, con mayor<br />

decisión que antes. Pasó más de un año. Se acercaba con rapidez el momento en que Alfred sería mayor<br />

de edad. Yo regresé <strong>del</strong> colegio, a pasar las largas vacaciones en casa, y me esforcé por mejorar mi<br />

relación con el joven Monkton. Los intentos fueron eludidos: con perfecta cortesía por cierto, pero aun<br />

así de un modo que me impedía ofrecerle otra vez mi amistad. Cualquier mortificación que pudiera<br />

haber tenido por este mezquino rechazo, bajo condiciones normales, quedó desechada de mi mente<br />

debido a una auténtica desgracia en nuestra casa. La salud de mi padre venía empeorando desde hacía<br />

meses, y justo en la época de la que estoy hablando sus hijos tuvieron que llorar la calamidad<br />

irreparable de su muerte.<br />

Este acontecimiento (debido a una informalidad o error en el testamento <strong>del</strong> difunto señor Elmslie)<br />

dejó el futuro de Ada entregado por completo en manos de su madre. La consecuencia fue la<br />

ratificación inmediata <strong>del</strong> compromiso matrimonial al que mi padre había negado con tanta firmeza su<br />

consentimiento. En cuanto el hecho se anunció públicamente, algunos amigos íntimos de la señora<br />

Elmslie, que conocían los informes médicos acerca de la familia Monkton, se atrevieron a mezclar a sus<br />

felicitaciones una o dos significativas referencias a la difunta señora Monkton, y algunas penetrantes<br />

preguntas en cuanto al estado de su hijo.<br />

La señora Elmslie siempre salió al paso de estas corteses insinuaciones con una respuesta decidida.<br />

En primer lugar admitía la existencia de esos informes sobre los Monkton que sus amigos no querían<br />

especificar con claridad; y después declaraba que eran infames calumnias. La mancha hereditaria de la<br />

familia había desaparecido hacía generaciones. Alfred era el mejor, el más bondadoso, el más cuerdo de<br />

los seres humanos. Amaba el estudio y la vida retirada; Ada simpatizaba con sus gustos, y había hecho<br />

su elección sin influencias externas; si se dejaba caer alguna otra insinuación acerca de que se la<br />

sacrificaba al casarla, tales aseveraciones serían consideradas como otros tantos insultos a su madre, ya<br />

que era monstruoso poner en duda el afecto que sentía por su hija. Este modo de hablar silenciaba a la<br />

gente, pero no la convencía. Empezaron a sospechar, lo cual era cierto, que la señora Elmslie era una<br />

mujer egoísta, mundana, codiciosa, que quería casar bien a su hija, y a quien no le importaban nada las<br />

consecuencias mientras viera a Ada dueña de la mayor posesión de toda la región.<br />

Sin embargo parecía como si la fatalidad trabajase para impedir que la señora Elmslie alcanzara el<br />

gran objetivo de su vida. Apenas acababa de levantarse un obstáculo para el malhadado matrimonio al<br />

morir mi padre que ya aparecía otro, bajo la forma de las ansiedades y dificultades provocadas por el

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