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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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el señor Simpson a sus quejas; pero el coronel no pareció darse cuenta, y prosiguió:<br />

—Aquí tienes una moneda de seis peniques; digo no, un chelín, y ahora vete a tu casa y no pienses<br />

más en eso.<br />

El niño echó a correr, tras darle las gracias lleno de zozobra, y el coronel y Parkins dieron media<br />

vuelta y se dirigieron a la parte <strong>del</strong>antera <strong>del</strong> hotel con objeto de hacer un reconocimiento de la fachada.<br />

Sólo había una ventana que respondía a la descripción que les acababan de dar.<br />

—Bueno, esto es muy extraño —dijo Parkins—; evidentemente, es a mi ventana a la que se refería.<br />

¿Quiere subir un momento conmigo, coronel Wilson? Vamos a ver quién se ha tomado la libertad de<br />

entrar en mi habitación.<br />

No tardaron en llegar al pasillo, y Parkins hizo ademán de abrir la puerta. Luego se detuvo y se<br />

registró los bolsillos.<br />

—Esto es más serio de lo que creía —observó—. Ahora recuerdo que al salir esta mañana dejé<br />

cerrado con llave, y la llave la tengo aquí —dijo, mostrándola en alto—. Así que —prosiguió—, si la<br />

servidumbre tiene la costumbre de entrar en las habitaciones de los clientes en ausencia de éstos, sólo<br />

me cabe decir que…, bueno, que no me parece correcto, ni mucho menos.<br />

Y sintiéndose un tanto encogido de ánimo, puso toda su atención en abrir la puerta —que,<br />

efectivamente, estaba cerrada con llave— y en encender las velas.<br />

—Pues no —dijo—, parece que está todo en su sitio.<br />

—Todo menos su cama —observó el coronel.<br />

—Perdone, pero ésa no es la mía —dijo Parkins—. Ésa no la utilizo. Pero parece como si alguien<br />

hubiera querido gastarme una broma deshaciéndola.<br />

Efectivamente, las sábanas y las mantas estaban revueltas y en la más completa confusión. Parkins<br />

reflexionó.<br />

—Ya sé lo que ha debido pasar —dijo finalmente—: la desordené yo anoche al abrir mis maletas, y<br />

no la he vuelto a hacer desde entonces. Seguramente entraron a arreglarla, y el niño ha visto a las<br />

camareras por la ventana. Luego las han debido llamar y han cerrado con llave al marcharse. Sí, seguro<br />

que ha sido eso.<br />

—Bueno, llame al timbre y pregúnteles —dijo el coronel, y esta sugerencia le pareció muy practica<br />

a Parkins.<br />

Se presentó la camarera y, resumiendo, declaró que ella había hecho la cama por la mañana estando<br />

el señor en la habitación, y desde entonces no había vuelto a entrar. El señor Simpson guardaba las<br />

llaves, él era quien podía decirle al señor si había estado alguien. Era un misterio. Tras una inspección,<br />

comprobaron que no faltaba nada de valor, y Parkins reconoció que todos los objetos que tenía sobre la<br />

mesa estaban en su sitio, por lo que podía asegurar que nadie los había tocado. Además ni el señor ni la<br />

señora Simpson habían dado el duplicado de la llave a nadie en todo el día. Por otra parte, Parkins, pese<br />

a su sagacidad, no logró descubrir en la conducta <strong>del</strong> patrón, de la patrona ni de la criada, gesto alguno<br />

que <strong>del</strong>atara el menor indicio de culpabilidad. Más bien se inclinaba a creer que el niño había engañado<br />

al coronel.<br />

Este último estuvo desusadamente silencioso y pensativo durante la cena y el resto de la noche.<br />

Cuando se despidió de Parkins para irse a dormir, murmuró de mal humor:<br />

—Si me necesita esta noche, ya sabe dónde me tiene.

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