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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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que Parkins no pudo verle la cara.<br />

Luego empezó a avanzar, inclinándose hacia a<strong>del</strong>ante, y Parkins comprendida, en seguida, con<br />

horror y alivio a la vez, que estaba ciega, ya que tanteaba el camino extendiendo al azar sus brazos<br />

entrapajados. Al dar un paso, descubrió de súbito la cama que Parkins había ocupado, y se lanzó sobre<br />

las almohadas con una furia tal que Parkins sintió el escalofrío más intenso de su vida. En escasos<br />

segundos comprobó que la cama estaba vacía; entonces se dirigió hacia la ventana, por lo que entró en<br />

la zona iluminada, revelando así qué clase de criatura era.<br />

A Parkins le disgusta enormemente que le pregunten sobre este particular; sin embargo, una vez<br />

refirió esta escena estando yo presente, y comentó que lo que recuerda sobre todo es su horrible, su<br />

intensamente horrible rostro de trapo arrugado. No pudo o no quiso contar la expresión que reflejaba el<br />

rostro ese; lo cierto es que el miedo que sintió estuvo a punto de hacerle perder la razón. Pero no tuvo<br />

tiempo de observarlo con detalle. Increíblemente veloz, la figura se deslizó hasta el centro de la<br />

habitación y, al tantear el aire con los brazos, un pico de sus ropas rozó el rostro de Parkins. No pudo —<br />

pese a lo peligroso que sabía que era hacer ruido—, reprimir un grito de repugnancia, lo que dio<br />

instantáneamente una pista a su perseguidor. Saltó sobre Parkins, y éste; retrocedió, gritando con todas<br />

sus fuerzas, hasta sacar la espalda por la ventana, y entonces el rostro de trapo se abalanzó sobre el<br />

suyo. En este instante supremo, como habrán adivinado ya, le llegó la salvación: el coronel irrumpió<br />

bruscamente en la habitación a tiempo de ver la horrible escena en la ventana. Al acercarse adonde ellos<br />

estaban, sólo quedaba una figura, la de Parkins, que yacía sin conocimiento en el suelo de la habitación;<br />

junto a él había un montón informe de sábanas arrugadas.<br />

El coronel Wilson no preguntó nada, pero no dejó entrar a nadie, y trasladó a Parkins nuevamente a<br />

su cama; luego se envolvió en una manta y se echó a descansar él también en la otra. Rogers llegó a<br />

primera hora de la mañana siguiente, y fue acogido con más entusiasmo de lo que habría sido de haber<br />

llegado el día anterior; seguidamente, estuvieron <strong>del</strong>iberando durante largo rato en la habitación <strong>del</strong><br />

profesor. Al final salió el coronel <strong>del</strong> hotel llevando un pequeño objeto entre los dedos índice y pulgar, y<br />

lo arrojó en el mar todo lo lejos que le permitió su brazo. Más tarde se vio ascender el humo de una<br />

hoguera que habían encendido en la parte de atrás <strong>del</strong> edificio.<br />

Debo confesar que no recuerdo qué clase de historia contaron a la servidumbre y a los clientes. El<br />

profesor se salvó milagrosamente de la sospecha de haber sufrido un <strong>del</strong>irium tremens, y el hotel de la<br />

fama de escandaloso. No es difícil presumir qué le habría ocurrido a Parkins de no haber intervenido a<br />

tiempo el coronel. O se habría caído desde la ventana o habría perdido el juicio. Pero lo que no está tan<br />

claro es si la criatura que acudió a la llamada <strong>del</strong> silbato habría hecho algo más que asustar. Parece que<br />

no se trataba de un ser material, aparte de las sábanas retorcidas que daban forma a su cuerpo. El<br />

coronel, que recordaba un suceso parecido ocurrido en la India, estaba convencido de que si Parkins se<br />

hubiera enfrentado a ese ser habría comprobado que no tenía más poder que el de asustar. En definitiva,<br />

dijo, el incidente no hacía sino corroborar la opinión que tenía él de la Iglesia de Roma.<br />

Y no hay nada más que añadir, en realidad; pero, como pueden imaginar, las opiniones <strong>del</strong> profesor<br />

sobre determinadas cuestiones no son ya todo lo firmes que solían ser. Sus nervios también están<br />

destrozados: aún se estremece cuando ve un sobrepelliz colgando de una puerta, y la visión de un<br />

espantapájaros en el campo, algunos atardeceres de finales de invierno, le ha costado más de una noche<br />

de insomnio.

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