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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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7<br />

Entonces salieron de entre la muchedumbre unos cuantos jóvenes de brazos musculosos, se<br />

inclinaron ante ellos e hicieron el signo de la cruz, les besaron los pies y las manos, luego los levantaron<br />

uno por uno, tan fácilmente como si hubiesen sido niños, y se pusieron en marcha por el suelo irregular<br />

de la caverna, llevándolos con cuidado, como si hubiesen sido iconos, apenas sin tocarlos con sus<br />

vigorosas manos, mientras que el gentío alumbraba sus pasos y su camino sin parar de cantar salmos a<br />

la gloria <strong>del</strong> Señor.<br />

En cabeza llevaban a Juan, el bienaventurado pastor; tenía las manos cruzadas en señal de oración, y<br />

susurraba su sencilla oración que Dios prefiere a todas las demás; detrás de él llevaban a Malus, con su<br />

larga barba blanca, a él también le habían envuelto en ropas claras, bordadas de oro, y justo detrás de<br />

ellos se balanceaba suavemente, como en una barca, en los fuertes brazos de los porteadores, él,<br />

Dionisio.<br />

¿Acaso era también esto un sueño?<br />

Y vio las cabezas afeitadas de los jóvenes sobre cuyas espaldas yacía como en una camilla su<br />

cuerpo, que a él mismo le parecía ligero como el de un niño o el de un viejo impotente. ¿Acaso era<br />

también esto, esta asunción, un sueño? Y estos cánticos, y los ojos de los jóvenes que lo transportaban<br />

sin atreverse a alzar sus miradas bacía él, de modo que no veía más que frondosas cejas al final de sus<br />

frentes bajas, y párpados medio abatidos bajo sus pestañas; y los cuellos vigorosos y las cabezas<br />

desnudas, iluminadas por las antorchas de los que llevaban a Malus <strong>del</strong>ante de él, cuesta arriba, como<br />

hacia el cielo y el paraíso celestial, mientras que la muchedumbre, de pie a ambos lados, blandía las<br />

antorchas encendidas y los faroles, sin que él se atreviera a mirarles a tos ojos, aunque sólo fuera por un<br />

instante, para descubrir, bajo los párpados entreabiertos, el glóbulo vacío y de un blanco verdoso <strong>del</strong> ojo<br />

de estos sonámbulos dormidos que caminaban y cantaban salmos y rezos en sueños; que en su sueño<br />

profundo, en su sueño de sonámbulos, los conducían a los tres, salvando los torbellinos de piedra de la<br />

caverna, salvando las profundas grietas y las rocas resbaladizas, a través de enormes y espaciosas salas<br />

y de templos de espuma cristalina, a través de angostos corredores limitados por bóvedas bajas.<br />

¿Y de dónde les venía esta seguridad en el andar, esta paz sublime con la que salvaban todos los<br />

peligros, llevando su carga con destreza y habilidad, apenas sin tocarla con sus vigorosas manos?<br />

Intentaba en vano resolver sus dudas, encontrar una mirada, un ojo humano en el que ver su imagen,<br />

en el que encontrar su propia mirada, el reflejo de su conciencia despierta. Sí al menos hubiese podido<br />

capear la mirada de un niño, de uno de estos ángeles, de pie a ambos lados <strong>del</strong> camino, vestidos de<br />

blanco, a su izquierda y a su derecha, por encima de él, en un palco de cristal, como en un templo; pero<br />

era en vano. En cuanto le parecía que sus ojos encontraban los ojos humanos y angelicales de algún<br />

niño, en cuanto le parecía que uno de ellos buscaba su mirada, en cuanto volvía sus ojos hacia él, éste<br />

desviaba su mirada, abada sobre sus ojos el velo de sus párpados de plomo y sus densas pestañas,<br />

mientras proseguía un cántico, con los ojos ya <strong>del</strong> todo cerrados, su boca redonda seguía abriéndose y<br />

cerrándose como la de un pez, y él, Dionisio, sentía que en esta mirada oculta, en esta boca de pez,<br />

había algo de hipocresía, de ausencia intencionada, de miedo o de respeto, o de la torpeza <strong>del</strong><br />

sonámbulo.<br />

Porque sólo podían andar de este modo los sonámbulos, conducidos a través de los precipicios por

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