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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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cadáver.<br />

—¿Pero qué tiene que ver todo esto con Alfred?<br />

—Aguarda un momento, y te enterarás. Poco después de que las noticias de la muerte de su tío<br />

llegaran a Inglaterra, ¿qué crees que hizo Alfred? Aplazó el matrimonio con la señorita Elmslie, que en<br />

ese momento estaba apunto de celebrarse, para venir aquí en busca <strong>del</strong> lugar donde enterraron al<br />

miserable bribón de su tío. Y no hay poder sobre la tierra que lo convenza de regresar a Inglaterra y a la<br />

señorita Elmslie, hasta que haya descubierto el cadáver y lo haya llevado consigo para enterrarlo con los<br />

otros difuntos Monkton, en la bóveda que está bajo la capilla de la Abadía de Wincot. Ha derrochado su<br />

dinero, ha importunado a la policía, se ha expuesto al ridículo ante los hombres y a la indignación de las<br />

mujeres durante los últimos tres meses, tratando de lograr su demencial propósito, y ahora está tan lejos<br />

de él como siempre. No da a nadie la menor explicación de su conducta. No se le puede apartar <strong>del</strong><br />

asunto ni con la risa ni con el razonamiento. Cuando nos cruzamos con él, se dirigía a la oficina <strong>del</strong> jefe<br />

de policía para que envíe nuevos agentes a buscar a través de los Estados romanos el sitio donde fue<br />

muerto su tío. Y oye esto: durante todo este tiempo ha declarado que está apasionadamente enamorado<br />

de la señorita Elmslie, y que se siente desdichado por la separación. ¡Imagínate! Y después date cuenta<br />

de que él mismo se ha impuesto la ausencia, para perseguir los restos de un miserable que era una losa<br />

para la familia, y a quien no vio más que una o dos veces en su vida. De todos los «Locos Monkton»,<br />

como solían llamarlos en Inglaterra, Alfred es el que lo está más. En realidad es nuestra principal<br />

distracción en esta aburrida temporada de ópera, aunque, por mi parte, cuando pienso en la pobre<br />

muchacha en Inglaterra, me siento mucho más inclinado a despreciarlo que a reírme de él.<br />

—¿Entonces conoces a los Elmslie?<br />

—Íntimamente. El otro día mi madre me escribió desde Inglaterra, después de haber visto a Ada.<br />

Esta escapada de Monkton ha agraviado a todos los amigos de la muchacha. Se han esforzado para que<br />

rompa el vínculo con él, cosa que al parecer puede hacer si quiere. Incluso su madre, por más sórdida y<br />

egoísta que sea, se vio obligada al fin, por pura decencia, a unirse a la opinión <strong>del</strong> resto de la familia;<br />

pero la bondadosa y fiel muchacha no abandonará a Monkton. Se adapta a su demencia, declara que él<br />

le dio en secreto un buen motivo para irse; dice que siempre pudo hacerlo feliz cuando estuvieron juntos<br />

en la antigua Abadía, y que puede hacerlo aún más feliz cuando se casen; en pocas palabras, lo ama de<br />

corazón, y en consecuencia creerá en él hasta el fin. Nada la saca de su postura; ha decidido derrochar<br />

su vida en él, y lo hará.<br />

—Espero que no. Por loca que nos parezca su conducta, puede tener algún motivo sensato que no<br />

podemos imaginar. ¿Su mente parece caótica cuando habla sobre temas comunes?<br />

—En absoluto. Cuando logras que diga algo, lo que no ocurre con frecuencia, habla como un<br />

hombre cuerdo, bien educado. Si mantienes el silencio sobre la extraña diligencia que lo ha traído aquí,<br />

crees estar en presencia <strong>del</strong> más sereno y cortés de los seres humanos. Pero en cuanto tocas el tema <strong>del</strong><br />

vagabundo de su tío, la locura de los Monkton brota directamente. La otra noche una dama le preguntó,<br />

en broma por supuesto, si había visto el fantasma de su tío. Él le dirigió una mirada furiosa, parecía un<br />

perfecto demonio, dijo que él y su tío le contestarían algún día juntos la pregunta, si volvían <strong>del</strong> Infierno<br />

para hacerlo. Nos reímos de sus palabras, pero la dama se desmayó ante su expresión, y tuvimos que<br />

soportar una escena de histeria y sales. A cualquier otro hombre lo habrían sacado a puntapiés <strong>del</strong> salón<br />

por casi matar a una mujer de un susto; pero «Monkton el Loco», como lo han bautizado, es un lunático

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