22.03.2017 Views

(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

vez, y reviví viejas impresiones de la Alhambra y Madrid. En una o dos ocasiones pensé en realizar una<br />

peregrinación a Oriente, pero los últimos acontecimientos me habían moderado y alterado. Ese<br />

insatisfecho sentimiento de anhelo que llamamos «nostalgia» empezó a clavarse en mi corazón, y decidí<br />

regresar a Inglaterra.<br />

Regresé pasando por París, ya que había quedado de acuerdo con el sacerdote en que me escribiría a<br />

mi banquero en esa ciudad, en cuanto pudiese después de que Alfred regresara a Wincot. Si hubiera<br />

partido a Oriente la carta me habría sido enviada. Escribí para impedirlo; y, al llegar a París, me detuve<br />

en casa <strong>del</strong> banquero antes de dirigirme a mi hotel.<br />

En cuanto tuve en mis manos la carta, la orla negra <strong>del</strong> sobre me indicó lo peor. Él había muerto.<br />

Sólo había un consuelo: había muerto en calma, casi feliz, sin referirse ni una sola vez a las fatales<br />

casualidades que habían producido el puntual cumplimiento de la antigua profecía. «Mi amado pupilo»<br />

escribía el anciano sacerdote, «pareció reanimarse un poco en los primeros días posteriores a su regreso,<br />

pero no recobró auténtico vigor, y pronto sufrió una ligera recaída de fiebre. Después de esto desmejoró<br />

poco a poco, y nos abandonó para realizar el temido viaje final. La señorita Elmslie (que sabe que estoy<br />

escribiendo esto) desea que le exprese a usted su profunda y perenne gratitud por su bondad para con<br />

Alfred. Cuando volví con él, ella me dijo que lo había esperado como su prometida, y que ahora lo<br />

cuidaría como lo haría una esposa; y no lo abandonó en ningún momento. El rostro de él miraba hacia el<br />

de ella, su mano estaba estrechada por la de ella, cuando murió. Le consolará saber que en ningún<br />

momento mencionó los hechos de Nápoles, ni el naufragio que los sucedió, desde el día de su regreso<br />

hasta el día de su muerte».<br />

Tres días después de leer la carta me encontraba en Wincot, y me enteraba de todos los detalles<br />

sobre los últimos momentos de Alfred por boca <strong>del</strong> sacerdote. Sentí una conmoción que no me sería<br />

fácil explicar o analizar, cuando supe que había sido enterrado, de acuerdo con sus propios deseos, en la<br />

trágica cripta de la Abadía.<br />

El sacerdote me llevó abajo para ver el lugar: una edificación subterránea, hosca, fría, de techo bajo,<br />

sostenido por pesados arcos sajones. Nichos estrechos, que sólo permitían ver los extremos de los<br />

ataúdes que encerraban, se veían a ambos lados de la cripta. Los clavos y los adornos de plata<br />

centelleaban aquí y allá cuando mi acompañante pasaba junto a ellos con una lámpara en la mano. En el<br />

extremo <strong>del</strong> lugar se detuvo, señaló un nicho y dijo:<br />

—El yace aquí, entre su padre y su madre —miró un poco más allá, y vi lo que al principio me<br />

pareció un largo túnel oscuro—. Eso es sólo un nicho vacío —dijo el sacerdote, siguiéndome—. Si el<br />

cuerpo <strong>del</strong> señor Stephen Monkton hubiese sido traído a Wincot, habrían colocado allí su ataúd.<br />

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y un sentimiento de temor que ahora me avergüenza haber<br />

sentido, pero que no pude contener entonces. La bendita luz <strong>del</strong> día se derramaba alegremente en el otro<br />

extremo de la cripta, por la puerta abierta. Le di la espalda al nicho vacío, y me apresuré hacia la luz <strong>del</strong><br />

sol y el aire libre.<br />

Mientras cruzaba el claro de césped que bajaba a la cripta, oí el roce de un vestido de mujer detrás<br />

de mí, y, girando en redondo, vi a una joven dama que se a<strong>del</strong>antaba vestida de luto. Su rostro dulce y<br />

triste, el modo en que tendía la mano, me indicaron instantáneamente quién era.<br />

—Supe que usted se encontraba aquí —dijo— y quería… —su voz se quebró un poco. Me dolía en<br />

el corazón ver cómo le temblaban los labios, pero antes de que pudiera decir algo, ella se recobró y

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!