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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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Cuando disminuyó el calor, reanudamos el viaje.<br />

A unas tres millas de la aldea, el camino, o más bien la huella de los carros, se bifurcaba. Nuestro<br />

guía nos informó que el sendero de la derecha subía entre las montañas hasta un convento que quedaba<br />

a unas seis millas. Si seguíamos avanzando más allá <strong>del</strong> convento, pronto llegaríamos a la frontera<br />

napolitana. El sendero de la izquierda se adentraba en territorio romano, y nos llevaría a un pueblecito<br />

donde podíamos pasar la noche. Ahora bien: el territorio romano constituía el campo más importante y<br />

adecuado para nuestra búsqueda, y siempre podíamos llegar al convento, suponiendo que regresáramos<br />

a Fondi sin éxito. Además, el sendero de la izquierda cubría la mayor parte de la región que<br />

empezábamos a explorar, y yo siempre estaba a favor de vencer la dificultad mayor primero: así que<br />

decidimos valerosamente girar a la izquierda. La exploración a la que nos llevó lo decidido duró una<br />

semana entera, sin producir resultados. No descubrimos absolutamente nada, y regresamos a nuestros<br />

cuarteles de Fondi tan frustrados que no sabíamos hacia dónde volver nuestros pasos a continuación.<br />

Más que el fracaso en sí, lo que me inquietaba era el efecto <strong>del</strong> mismo sobre Monkton. Su<br />

determinación pareció quebrarse por completo apenas empezamos a volver sobre nuestros pasos.<br />

Primero se volvió irritable y caprichoso, después silencioso y abatido. Por último se hundió en un<br />

letargo físico y mental que me alarmó seriamente. En la primera mañana que pasamos en Fondi, mostró<br />

una extraña tendencia a dormir sin cesar, que me hizo sospechar la existencia de alguna enfermedad<br />

física en su cerebro. En todo el día apenas intercambió una palabra conmigo, y parecía no estar nunca<br />

despierto <strong>del</strong> todo. A primera hora de la mañana siguiente entré en su cuarto, y lo encontré tan<br />

silencioso y aletargado como siempre. Su criado, que iba con nosotros, me informó de que Alfred había<br />

mostrado en una o dos ocasiones anteriores síntomas de agotamiento mental, como el que<br />

observábamos en ese momento, en la Abadía de Wincot, en vida de su padre. Esta información hizo que<br />

me sintiera más tranquilo, y permití que mi mente volviese a considerar lo que nos había llevado a<br />

Fondi.<br />

Decidí emplear el tiempo, hasta que mejorara nuestro amigo, continuando la búsqueda solo. Aún no<br />

habíamos explorado el sendero de la derecha que llevaba al convento. Si lo seguía, no necesitaba estar<br />

lejos de Monkton más de una noche; y al regresar al menos podría darle la satisfacción de que una<br />

incertidumbre más respecto al sitio <strong>del</strong> duelo había quedado despejada. Estas consideraciones me<br />

decidieron. Dejé un mensaje para mi amigo, en caso de que preguntara adónde me había dirigido, y<br />

partí de inmediato hacia la aldea en la que nos habíamos detenido cuando comenzamos nuestra primera<br />

exploración.<br />

Como pensaba caminar hasta el convento, me separé <strong>del</strong> guía y las mulas en la bifurcación <strong>del</strong><br />

camino, para que regresaran a la aldea y esperasen mi vuelta.<br />

En las primeras cuatro millas el sendero subía en suave declive a través de terreno abierto, después<br />

se hacía de pronto mucho más empinado, y me internó cada vez más profundamente en medio de matas<br />

de arbustos y bosques sin fin. A la hora en que según mi reloj debía estar aproximadamente a la<br />

distancia indicada, el campo visual quedaba limitado en toda dirección, y el cielo cubierto, arriba, por<br />

una cortina impenetrable de hojas y ramas. Aun así seguí mi única guía, el sendero empinado; y en diez<br />

minutos, al salir de pronto a un terreno tolerablemente despejado y parejo, vi el convento ante mí.<br />

Era un sitio sombrío, bajo, de aspecto siniestro. En ninguna parte se veían señales de vida o<br />

movimiento. Manchas verdes cubrían la fachada, en otros tiempos blanca, de la capilla. El musgo se

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