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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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—Me estaba preguntando usted por el silbato, coronel. Es muy curioso. Lo llevo aquí…, no, ahora<br />

recuerdo que lo he dejado en mi habitación. La verdad… es que me lo encontré ayer.<br />

Y entonces Parkins le contó cómo llegó a descubrir el silbato; y al oírlo el coronel, soltó un gruñido<br />

y dijo que él, en su lugar, tendría mucho cuidado en utilizar un objeto que había pertenecido a una<br />

partida de papistas de quienes no se podía saber con seguridad de qué fueron capaces. De este tema,<br />

pasó alas exageraciones <strong>del</strong> vicario, el cual había notificado el domingo anterior que el viernes sería la<br />

festividad de Santo Tomás Apóstol, y que habría un servicio a las once en la iglesia. Éste y otros<br />

detalles por el estilo constituían, a juicio <strong>del</strong> coronel, un serio fundamento para pensar que el vicario era<br />

un papista disfrazado, si es que no era jesuita; y Parkins, que no era capaz de seguir al coronel en este<br />

tema, no se mostró en desacuerdo con él. De hecho, pasaron la mañana tan a gusto juntos que ninguno<br />

de los dos habló de separarse después de comer.<br />

Por la tarde siguieron jugando bien, o al menos lo bastante bien como para olvidarse de todo, hasta<br />

que empezó a oscurecer. Hasta ese momento no se acordó Parkins de su propósito de inspeccionar un<br />

poco más el convento; pera, tampoco tenía mucha importancia, pensó. Lo mismo daba un día que otro,<br />

así que regresaría en compañía <strong>del</strong> coronel. Al dar la vuelta a la esquina de la casa, el coronel estuvo a<br />

punto de ser derribado por un muchacho que venía a toda velocidad; chocó, pero luego, en vez de<br />

reanudar la carrera, se quedó agarrado a él sin aliento. Las primeras palabras que acudieron a la boca <strong>del</strong><br />

militar fueron de mal humor y reconvención, pero inmediatamente se dio cuenta de que el muchacho<br />

casi no podía hablar de lo asustado que estaba. Al principio le fue imposible contestar a las preguntas<br />

que le hicieron. Cuando recobró el aliento empezó a llorar, agarrado todavía a las piernas <strong>del</strong> coronel.<br />

Finalmente lograron soltarle, pero siguió lloriqueando.<br />

—¿Qué diablos te ocurre? ¿Qué te ha pasado? ¿Qué has visto? —dijeron los dos hombres.<br />

—¡Ay, lo he visto hacerme señas desde la ventana —gimió el chiquillo—, y me ha asustado!<br />

—¿Qué ventana? —preguntó furioso el coronel—. Vamos, serénate, muchacho.<br />

—La ventana <strong>del</strong> hotel —dijo el niño.<br />

Parkins se mostró entonces partidario de mandar al niño a su casa, pero el coronel se negó; quería<br />

saber exactamente qué había pasado, dijo; era extremadamente peligroso darle un susto de esa<br />

naturaleza a un niño, y si lograba averiguar quien era el que andaba gastando esas bromas, le iba a dar<br />

su merecido. Y tras una serie de preguntas consiguió poner en claro lo siguiente: el niño había estado<br />

jugando en el césped de la entrada de El Globo con otros niños; luego, éstos se habían marchado a sus<br />

casas a merendar, e iba él a marcharse también, cuando se le ocurrió mirar hacia la ventana que tenía<br />

<strong>del</strong>ante y vio entonces cómo le hacía señas. Aquello parecía una especie de figura vestida de blanco…,<br />

pero no pudo verle la cara, le hacía señas, y tenía un aspecto muy raro…, no parecía una persona<br />

normal. ¿Había luz en la habitación? No, no se le ocurrió fijarse en eso, aunque creía que no. ¿Qué<br />

ventana era? ¿Era en el ático o en el segundo? Era en el segundo…, la <strong>del</strong> mirador, ésa que tenía dos<br />

ventanas más pequeñas a los lados.<br />

—Muy bien, muchacho —dijo el coronel, tras unas cuantas preguntas más—. Ahora vete corriendo<br />

a tu casa. Seguramente es alguien que ha querido darte un susto. Otra vez, como inglés valiente que<br />

eres, le das una pedrada…, bueno, no, una pedrada no, vas y se lo dices al camarero, o al señor<br />

Simpson; y eso sí, le dices que te lo he dicho yo.<br />

El semblante <strong>del</strong> niño reflejaba las dudas que abrigaba acerca de la atención que se dignaría prestar

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