22.03.2017 Views

(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Pero al instante hube de interrumpir mis silbidos, pues cuando el músico mudo reconoció la tonada su<br />

rostro se contorsionó de repente adquiriendo una expresión imposible de describir, al tiempo que alzaba<br />

su larga, fría y huesuda mano instándome a callar y no seguir la burda imitación. Y al hacerlo demostró<br />

una vez más su rareza, pues echó una mirada expectante hacia la única ventana con cortinas, como si<br />

temiera la presencia de algún intruso; una mirada doblemente absurda pues la buhardilla estaba muy por<br />

encima <strong>del</strong> resto de los tejados adyacentes, lo que la hacía prácticamente inaccesible, y además, por lo<br />

que había dicho el portero, la ventana era el único punto de la empinada calle desde el que podía verse<br />

la cumbre por encima <strong>del</strong> muro.<br />

La mirada <strong>del</strong> anciano me hizo recordar la observación de Blandot, y de repente se me antojó<br />

satisfacer mi deseo de contemplar la amplia y vertiginosa panorámica de los tejados a la luz de la luna y<br />

las luces de la ciudad que se extendían más allá de la cumbre, algo que de entre todos los moradores de<br />

la Rue d’Auseil sólo le era dado ver a aquel músico de avinagrado carácter. Me acerqué a la ventana y<br />

estaba ya a punto de correr las indescriptibles cortinas cuando, con una violencia y terror aún mayores<br />

que los de hasta entonces había hecho gala, mi mudo vecino se abalanzó de nuevo sobre mí, esta vez<br />

indicándome con gestos de la cabeza la dirección de la puerta y esforzándose agitadamente por alejarme<br />

de allí con ambas manos. Ahora, decididamente enfadado con mi vecino, le ordené que me soltara, que<br />

no pensaba permanecer allí ni un momento más. Viendo lo agraviado y disgustado que estaba, me soltó<br />

a la vez que su ira remitía. Al momento, volvió a agarrarme con fuerza, pero esta vez en tono amistoso,<br />

y me hizo sentarme en una silla; luego, con aire meditabundo, se acercó a la desordenada mesa, cogió<br />

un lápiz y se puso a escribir en un francés forzado, propio de un extranjero.<br />

La nota que finalmente me extendió era una súplica en la que reclamaba tolerancia y perdón. En<br />

ella, Zann decía ser un solitario anciano afligido por extraños temores y trastornos nerviosos<br />

relacionados con su música, amén de otros problemas. Le encantaba que escuchara su música, y<br />

deseaba que volviera más noches y no le tomara en cuenta sus rarezas. Pero no podía tocar para otros<br />

sus extraños acordes ni tampoco soportar que los oyeran; asimismo, tampoco podía aguantar que otros<br />

tocaran en su habitación. No había sabido, hasta nuestra conversación en el rellano de la escalera, que<br />

desde mi habitación podía oír su música, y me rogaba encarecidamente que hablase con Blandot para<br />

que me diera una habitación en un piso más bajo donde no pudiera oírlo por la noche. Cualquier<br />

diferencia en el precio <strong>del</strong> alquiler correría de su cuenta.<br />

Mientras trataba de descifrar el execrable francés de aquella nota, mi compasión hacia aquel pobre<br />

hombre fue en aumento. Era, al igual que yo, víctima de trastornos físicos y nerviosos, y mis estudios de<br />

metafísica me habían enseñado que en tales casos se requería compresión más que nada. En medio de<br />

aquel silencio se oyó un ligero ruido procedente de la ventana; el viento nocturno debió hacer resonar la<br />

persiana, y por alguna razón que se me escapaba di un respingo casi tan brusco como el de Eric Zann.<br />

Cuando terminé de leer la nota, le di la mano a mi vecino y salí de allí en calidad de amigo suyo.<br />

Al día siguiente Blandot me dio una habitación algo más cara en el tercer piso, situado entre la pieza<br />

de un anciano prestamista y la de un honrado tapicero. En el cuarto piso no vivía nadie.<br />

No tardé en darme cuenta de que el interés mostrado por Zann en que le hiciera compañía no era lo<br />

que creí entender cuando me persuadió a mudarme <strong>del</strong> quinto piso. Nunca me llamó para que fuera a<br />

verlo, y cuando lo hacía parecía encontrarse a disgusto y tocaba con desgana. Las veladas siempre<br />

tenían lugar de noche, pues durante el día dormía y no admitía visitas. Mi afecto hacia él no aumentó,

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!