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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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segunda serpiente dormía aún, alargó un brazo para agarrar las tres puntas atadas de la manta. Luego<br />

levantó la cuarta punta, de modo que la serpiente y el bol se deslizaran al interior <strong>del</strong> saco improvisado.<br />

La serpiente hizo un leve movimiento, pero a Allal no le pareció que estuviera enfadada. Sabía<br />

exactamente dónde iba a esconderla: entre unas rocas en el lecho seco <strong>del</strong> río.<br />

Con la manta en una mano a cierta distancia de su pecho, abrió la puerta, y al salir las estrellas<br />

brillaron por encima de su cabeza. A poca distancia sendero arriba había un grupo de palmas altas, y<br />

luego se doblaba a la izquierda para bajar al oued. Había un espacio entre los peñascos donde el bulto<br />

sería invisible. Lo introdujo con cuidado, y regresó deprisa a la cabaña. El viejo dormía.<br />

Era imposible saber con certeza si la otra serpiente estaba todavía en el cesto, así que Allal tomó su<br />

albornoz y salió de nuevo. Cerró la puerta y se acostó en el suelo para dormir.<br />

Antes de que saliera el sol el viejo despertó y, tumbado en la alcoba, comenzó a toser. Allal se<br />

levantó deprisa, entró en la cabaña y se puso a encender el fuego en el mijmab. Un minuto más tarde<br />

oyó al otro que exclamaba: ¡Escaparon otra vez! ¡Se salieron <strong>del</strong> cesto! Quédate donde estás, voy a<br />

buscarlas.<br />

Pasó poco tiempo antes de que el viejo soltara un gruñido de satisfacción. ¡Ya tengo la negra!, gritó.<br />

Allal no alzó los ojos desde el rincón en donde estaba acuclillado, y el viejo se le acercó agitando la<br />

cobra en una mano. Ahora tengo que encontrar la otra.<br />

Guardó la serpiente y siguió buscando. Cuando el fuego comenzó a arder con fuerza, Allal se volvió<br />

y dijo: ¿Le ayudo a buscarla?<br />

¡No! ¡No! Quédate donde estás.<br />

Allal puso agua a hervir para hacer el té, mientras el viejo seguía dando vueltas a gatas y levantaba<br />

cajas y apartaba sacos. El turbante se le había soltado y tenía la cara cubierta de sudor.<br />

Venga a tomar el té, le dijo Allal.<br />

Las serpientes son muy listas, dijo el viejo. Pueden meterse en lugares que no existen. Ya moví todo<br />

lo que hay en esta casa.<br />

Cuando terminaron de comer, salieron a buscar a la serpiente entre los troncos de las palmas, que<br />

crecían una muy cerca de la otra alrededor de la cabaña. Entristecido, seguro de que la serpiente se<br />

había escapado, el viejo volvió a entrar.<br />

Era una buena serpiente, dijo por fin. Y ahora me voy a Taroudant.<br />

Se despidieron, y el viejo levantó el costal y el cesto y se fue sendero arriba hacia la carretera.<br />

Todo el día mientras trabajaba Allal estuvo pensando en la serpiente, pero aguardó hasta el<br />

anochecer para ir a los peñascos en el oued y sacar la manta. La llevó de vuelta a su casa en un estado<br />

de gran agitación.<br />

Antes de desatar la manta puso leche y pasta de kif en un plato, que dejó en el suelo. Tomó él mismo<br />

tres cucharadas de la pasta y se sentó a esperar, tabaleando con los dedos en la mesa baja de madera<br />

donde servía el té. Todo ocurrió justo como lo había esperado. La serpiente salió de la manta con<br />

lentitud y no tardó en dar con el plato y comenzar a beber la leche. Mientras bebía, Allal siguió<br />

tabaleando; en cuanto terminó y alzó la cabeza para mirarlo, dejó de tocar, y la serpiente se arrastró de<br />

nuevo hasta el interior de la manta.<br />

Más tarde esa misma noche, Allal le sirvió leche de nuevo y se puso a tabalear en la mesa. Después<br />

de un rato la serpiente sacó la cabeza, luego todo el cuerpo, y el ciclo se repitió en el mismo orden.

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