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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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I<br />

Yo vivía entonces con mi madre en una pequeña ciudad <strong>del</strong> litoral. Había cumplido diecisiete años y<br />

mi madre no llegaba a los treinta y cinco: se había casado muy joven. Cuando falleció mi padre yo tenía<br />

solamente seis, pero lo recordaba muy bien. Mi madre era una mujer más bien bajita, rubia, de rostro<br />

encantador aunque eternamente apenado, voz apagada y cansina y movimientos tímidos. De joven había<br />

tenido fama por su belleza, y hasta el final de sus días fue atractiva y amable. Yo no he visto ojos más<br />

profundos, más dulces y tristes, cabellos más finos y suaves; no he visto manos más elegantes. Yo la<br />

adoraba y ella me quería… No obstante, nuestra vida transcurría sin alegría: se hubiera dicho que un<br />

dolor oculto, incurable e inmerecido, consumía permanentemente la raíz misma de su existencia. La<br />

explicación de aquel dolor no estaba sólo en el duelo por mi padre, aun cuando fuese muy grande, aun<br />

cuando mi madre lo hubiera amado con pasión, aun cuando honrara piadosamente su memoria… ¡No!<br />

Allí se ocultaba algo más que yo no entendía, pero que llegaba a percibir, de modo confuso y hondo,<br />

apenas me fijaba fortuitamente en aquellos ojos apacibles y quietos, en aquellos maravillosos labios,<br />

también quietos, aunque no contraídos por la amargura, sino como helados de por siempre.<br />

He dicho que mi madre me quería; sin embargo, había momentos en que me rechazaba, en que mi<br />

presencia le pesaba, se le hacía insoportable. Experimentaba ella entonces una especie de involuntaria<br />

repulsión hacia mí, de la que se espantaba luego, pagándola con lágrimas y estrechándome sobre su<br />

corazón. Yo cargaba la culpa de estos intempestivos brotes de hostilidad a la alteración de su salud y a<br />

su desgracia… Verdad es que estas sensaciones hostiles podían haber sido provocadas, hasta cierto<br />

punto, por unos extraños arrebatos de sentimientos malignos y criminales, incomprensibles para mí<br />

mismo, que despertaban de tarde en tarde dentro de mí… Pero estos arrebatos no coincidían con<br />

aquellos instantes de repulsión. Mi madre vestía siempre de negro, como si guardase luto. Llevábamos<br />

un tren de vida bastante holgado, aunque apenas nos relacionábamos con nadie.<br />

II<br />

Mi madre había concentrado en mí todos sus pensamientos y su solicitud. Su vida se había fundido<br />

con mi vida. Este género de relaciones entre padres e hijos no favorecen siempre a los hijos… Suele ser<br />

más bien nocivo. Por añadidura, mi madre no tenía más hijo que yo… y los hijos únicos, por lo general,<br />

no se desarrollan adecuadamente. Al educarlos, los padres se preocupan tanto de sí mismos como de<br />

ellos… Eso es un error. Yo no me volví caprichoso ni duro (una y otra cosa suele aquejar a los hijos<br />

únicos), pero mis nervios estuvieron alterados hasta cierta época; además, tenía una salud bastante<br />

precaria, saliendo en esto a mi madre, a quien también me parecía mucho de cara. Yo evitaba la<br />

compañía de los chicos de mi edad, en general rehuía a la gente e incluso con mi madre hablaba poco.<br />

Lo que más me gustaba era leer, pasear a solas y soñar… ¡soñar…! ¿De qué trataban mis sueños? No<br />

podría explicarlo. A veces tenía la impresión, es cierto, de hallarme <strong>del</strong>ante de una puerta entornada que<br />

ocultaba ignotos misterios, y yo permanecía allí, a la espera de algo, anhelante, y no trasponía el<br />

umbral, sino que cavilaba en lo que podría haber al otro lado… Y seguía esperando, y me quedaba<br />

transido… o transpuesto. Si hubiera latido en mí la vena poética, probablemente me habría dedicado a<br />

escribir versos; de haberme sentido atraído por la religión, quizá me hubiera hecho fraile. Pero, como no

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