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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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Permanecieron en la caverna trescientos años, a los cuales hay que añadir aún nueve años.<br />

El Corán, Sura XVIII. 24<br />

1<br />

Yacían boca arriba, sobre una húmeda y áspera lana de cabra, ya algo enmohecida por la humedad y<br />

raída aquí y allá, debido a sus movimientos, a sus torsiones, a sus huesos allí donde sus cuerpos tocaban<br />

el pelo de camello, bajo la cabeza, bajo los omóplatos, bajo los codos, en la protuberancia de la pelvis,<br />

bajo los talones y las pantorrillas, duras como ruecas.<br />

Yacían boca arriba, con las manos cruzadas en señal de oración, como tas de los muertos, sobre la<br />

lana húmeda y enroñada que se desgastaba bajo sus cuerpos, movidos tan sólo por sus escasas e<br />

inconscientes torsiones de durmientes cansados, durmientes cansados de la vida y de sus movimientos,<br />

pero durmientes al fin; porque sus miembros seguían desplazándose de forma imperceptible para el ojo<br />

humano, y la lana se desgastaba bajo sus cuerpos allí donde estaba oprimida contra la roca desnuda de<br />

la caverna por el peso de su sueño y de sus cuerpos petrificados, allí donde estaba sometida a los<br />

deslizamientos <strong>del</strong> barro humano, al roce de los huesos contra la húmeda y áspera lana de cabra, a la<br />

fricción de la lana contra la roca de la caverna, dura como el diamante.<br />

Yacían boca arriba en su quietud de grandes durmientes, pero los desplazamientos de sus miembros<br />

en la oscuridad <strong>del</strong> tiempo desgastaban debajo de ellos la lana húmeda, roían el tejido de pelo de<br />

camello que iba erosionándose imperceptiblemente, como cuando el agua, unida al tiempo, va cavando<br />

el duro corazón de la piedra.<br />

Yacían boca arriba en la oscura caverna <strong>del</strong> monte Celio, con las manos cruzadas en señal de<br />

oración, como las de los muertos, los tres, Dionisio y su amigo Malus, y un poco más lejos Juan, el<br />

bienaventurado pastor, con su perro llamado Quitmir.<br />

Bajo sus párpados abatidos por el peso <strong>del</strong> sueño, bajo sus párpados recubiertos con el bálsamo y la<br />

cicuta <strong>del</strong> sueño, no asomaba la media luna verdosa de sus ojos muertos, pues la oscuridad era muy<br />

profunda, la húmeda oscuridad <strong>del</strong> tiempo, las tinieblas de la caverna de la eternidad.<br />

Las paredes y los techos de la caverna rezumaban el agua eterna, gota a gota, y ésta fluía con un<br />

murmullo apenas audible por las venas de la roca como la sangre por las venas de los durmientes, y de<br />

vez en cuando una gota caía sobre sus cuerpos entumecidos, sobre sus caras petrificadas, corría por las<br />

arrugas de la frente para caer en el pabellón <strong>del</strong> oído, se detenía en los pliegues arqueados de los

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