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(AA.VV) Antología universal del relato fantástico

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de armas, donde se encontraba: uno o dos disparos en el revestimiento de madera no importaban, lo que<br />

sí debía tener en cuenta era que el animal no tuviese posibilidad de salir vivo.<br />

El Guapo Charlie entregó al guardabosques su revólver de caño doble, cargado con pesada<br />

munición. Sólo lo acompañó hasta el vestíbulo y puso una mano en el brazo <strong>del</strong> servidor, quien observó<br />

que el pulso <strong>del</strong> propietario era inseguro y que parecía “blanco como cuajada”.<br />

—Escuche un momento —dijo Charles Marston en un susurro.<br />

Oyeron que el perro se hallaba en la habitación muy excitado; gruñía ominosamente, subía al<br />

antepecho de la ventana y bajaba de él, corría alrededor <strong>del</strong> cuarto.<br />

—Debe mostrarse eficaz, téngalo presente: no le dé la menor oportunidad. Póngase de costado, ¿me<br />

entiende?, y ¡descargue toda la munición!<br />

—No es la primera vez que disparo contra un perro rabioso, señor —respondió el individuo con una<br />

mirada muy seria, mientras amartillaba el arma.<br />

Cuando el guardabosques abrió la puerta, el perro saltó hacia la vacía rejilla <strong>del</strong> hogar. El hombre<br />

dijo que “nunca había visto semejante demonio, tieso y con la mirada fija”. La bestia giró sobre sí, al<br />

parecer como si se propusiera buscar refugio en la chimenea, “pero eso no debía suceder a ningún<br />

precio”. Profirió un alarido que nada tenía de canino, sino que se asemejaba al grito de un hombre<br />

atrapado por una piedra de molino, y antes de que pudiera saltar sobre el guardabosques éste disparó<br />

una carga. El perro se le arrojó encima y rodó, recibiendo la segunda carga en la cabeza, mientras<br />

resoplaba a los pies de su adversario.<br />

—¡Nunca vi cosa semejante ni escuché chillido igual! —dijo el guardabosques retrocediendo—.<br />

Hace que uno se sienta desconcertado.<br />

—¿Está muerto? —preguntó el propietario.<br />

—Sin lugar a dudas, señor —respondió el servidor, arrastrándolo <strong>del</strong> pescuezo por el piso.<br />

—Arrójelo fuera de la casa —agregó el Guapo Charlie— y encárguese de sacarlo de la propiedad<br />

esta misma noche. El viejo Cooper dice que es una bruja —y aquí el propietario sonrió pálidamente—,<br />

de modo que no debe permanecer en Gylingden.<br />

Jamás nadie se sintió más tranquilizado que Charles Marston, y por espacio de una semana a partir<br />

de este suceso su reposo fue el más apacible desde hacía mucho tiempo.<br />

Nos incumbe a todos obrar con prontitud de acuerdo con nuestras buenas resoluciones. Hay una<br />

tendencia incontenible hacia el mal que, si se le permite actuar, desviará los propósitos iniciales. Si en<br />

un momento de temor supersticioso el propietario había pensado aceptar un gran sacrificio y había<br />

decidido, en relación al documento tan misteriosamente recuperado, que se mostraría honesto con su<br />

hermano, tal proyecto fue muy pronto suplantado por una solución de compromiso con el fraude, la cual<br />

posponía de manera conveniente la restitución hasta una fecha en que ya no le resultaría posible seguir<br />

disfrutando de la finca. Luego llegaron nuevos anuncios <strong>del</strong> lenguaje violento y amenazador que<br />

utilizaba Scroope, quien siempre reiteraba los mismos estribillos: no dejaría una piedra sin remover para<br />

demostrar que existía un documento que Charles había ocultado o destruido; no descansaría hasta<br />

colgarlo.<br />

Éstas eran, por cierto, palabras insensatas. Al principio, Charles Marston sólo había llegado a<br />

enardecerse, pero luego de su reciente y culpable comprobación y ocultamiento se sentía amedrentado.<br />

Lo amenazaba la existencia <strong>del</strong> pergamino y, poco a poco, llegó a la conclusión de que era menester

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